La Obra Pía de La Quemada y sus haciendas:
del  auge al deterioro económico, 1757-18501

Águeda Jiménez Pelayo
Universidad de Guadalajara

En este trabajo se analiza el desarrollo de una rica obra pía  del obispado de Guadalajara. Se examina el alto rendimiento de las haciendas que le pertenecieron durante el  siglo XVIII, el  papel que desempeñó el primer patrono y los problemas que surgieron a la  muerte de  éste, los conflictos entre  la  Iglesia y la  Corona y entre el obispo y las autoridades mexicanas durante el siglo XIX. Se hace énfasis en  el deterioro de los bienes por  los conflictos surgidos entre los diferentes actores por  el control de  los bienes.

 

Palabras clave: Obra pía,  haciendas, Zacatecas, Iglesia católica.

 

En esta investigación se examina, en un proceso de larga duración, el desarrollo económico de  las  haciendas que constituyeron la Obra Pía de  La Quemada, instituida en la segunda mitad del siglo XVIII. Se analiza desde la creación hasta la desaparición, en  la segunda mitad del  siglo XIX, de una de las instituciones que manejaron el mayor volumen de capital en el obispado de Guadalajara.

Me propongo examinar la obra pía  durante el gobierno español y las vicisitudes que surgieron al morir  su  primer patrono, Antonio González Beltrán; los cambios que la afectaron después de  la independencia y los problemas surgidos por  tener que sujetarse a diferentes legislaciones y autoridades. Son muchos los actores que intervienen a través de los años en  la obra pía: el fundador, su esposa y parientes políticos, los patronos, la Mitra, la Audiencia de  Guadalajara, el Rey  de  España, el Consejo de Indias y finalmente, después de  1821,  los gobernantes de  Jalisco y Zacatecas. Los diferentes cambios de sistema de gobierno mexicano afectaron notoriamente la economía de la obra pía.
En este estudio se examinan con especial énfasis los problemas surgidos  con los cambios de gobierno posteriores a la independencia, los cuales  se reflejan en  la economía de  la obra pía: si se establece un gobierno centralista, pasa la administración al obispado de  Guadalajara; si triunfan  los federalistas, el Estado recoge las  haciendas. Como  consecuencia de  estos cambios después de  1824  se produjo el deterioro de  las  propiedades. Se analiza asimismo la pérdida del derecho a las aguas de los ríos y arroyos que afecta a algunas haciendas al rematarse por separado.
Los estudios sobre fundaciones piadosas, capellanías, obras pías, legados, etcétera, muestran que los hombres acaudalados de la Nueva Galicia, lo mismo que los de otras regiones de la Nueva España e Hispanoamérica, realizaron cuantiosas donaciones a la Iglesia durante el periodo  colonial. Diversos motivos los impulsaron a  efectuarlas. En  primer lugar creían que debían asegurar la salvación de  su alma y la de  su parentela a través de  la creación de  fundaciones piadosas; pensaban que las actividades a favor del  alma constituían una inversión para obtener una posición mejor en  el más allá.  Por otra parte, querían favorecer a los miembros de  la familia  que ingresaban a un  convento o dedicaban su vida  al sacerdocio. Y finalmente a otros los impulsaba el deseo de  preservar o adquirir, según el caso, un  elevado status social, honor y prestigio. Así lo demuestran los estudios sobre estas instituciones.2  Las capellanías eran fundaciones que un individuo o una familia establecía a favor  de un clérigo para sostenerlo durante sus estudios si aún no se ordenaba, o para su mantenimiento si ya era  sacerdote. El donante entregaba una cantidad de dinero, o dejaba la disposición en su testamento, para que un capellán celebrara misas por el alma del fundador y su familia. El capellán recibía la renta que producía la inversión, que en siglo XVIII  representaba un   cinco  por ciento.3
En la Nueva España y la Nueva Galicia se fundaron obras pías en  las que se invertían fuertes sumas de  dinero, a la vez  que se aseguraba que se incrementara el  capital para que la  obra pudiera sostenerse a largo plazo. La  terminología para definir estas  fundaciones no  es clara; con frecuencia se designa un  legado como  “obra pía” o  “patrimonio”.  Sin embargo, cuando los  fondos eran muy  cuantiosos y se destinaban por largo tiempo, generalmente se hablaba de  “obra pía”. Los  poseedores de  abundantes recursos económicos instituían obras de  gran magnitud, como  fundar un convento o una escuela, o sostener un hospital. La fundación  de  obras pías en  la Nueva España data del  siglo XVI. Se establecían con un bien material (haciendas y diferentes clases de bienes inmuebles), dinero o deudas, de cuyos réditos se beneficiaba a mujeres huérfanas con dotes para poder ingresar a un convento o para casarse.4   Las  obras pías se incrementaron en  la Nueva España durante el siglo XVIII. En  el arzobispado de México los miembros de  la archicofradía de  Nuestra Señora del  Rosario, quienes en  su  mayoría formaban parte de  la elite de  la capital del  virreinato, hicieron varias fundaciones. En 1758  el diputado Pedro Terán donó 90 000 pesos para varias obras; de éstos, 32 000 se asignaron para dotaciones a sus parientes en  Castilla.5  En  esta cofradía, con  el fin de  incrementar el capital, se invertía en  préstamos el fondo de  dotes de huérfanas aún no  adjudicado; de  esta forma se acumulaban intereses hasta que el marido de la agraciada o el convento donde profesaba reclamaran la suma de la dote. Una obra pía que se distingue por el alto monto de sus fondos fue la establecida en 1796 por Juan Acosta, quien dejó  200 000 pesos a la Iglesia. Esta suma debía rendir un  ingreso de  8 000 pesos anuales; la mitad de ese dinero sería para fundar una capellanía cada año y la otra mitad para la dote de una novicia que ingresara a un convento.6

 

Los orígenes de la Obra Pía de La Quemada

A don  Juan Manuel de  Bárcena, criollo,  originario de  Zacatecas y vecino de  Villanueva, Zacatecas, se debió la fundación de  la Obra Pía  de  La Quemada en  la segunda mitad del  siglo XVIII. El fundador y su segunda esposa, doña Catarina Fernández de Castro, originaria de  Zacatecas, no tuvieron hijos. Las propiedades del vínculo se ubicaban dentro de la jurisdicción de la Audiencia y del Obispado de Guadalajara.
Cuando Bárcena decidió fundar la Obra Pía, doña Catarina “gustosa” aceptó renunciar a  sus gananciales y los  que en  adelante adquiriera a favor  de  la institución.7  Según don  Juan Manuel, su  esposa hizo formal cesión ante el escribano real  por  su espontánea voluntad, y por  esa renuncia él se convirtió en  legítimo dueño de  todo el caudal de  sus bienes. En virtud de la facultad que su esposa le confirió, y

por  el beneficio espiritual que a nuestras almas de  ella  resulta desde ahora, por  mi última y final  voluntad instituyo y erijo  y nombro por  mi heredera a mi  alma, la de  mi  referida esposa, la de  nuestros padres, sirvientes y demás, de nuestra intención y obligación.8

El fundador dispuso en  su  testamento que se creara con  todo su  caudal  un  Patronato Real  de  legos, firme,  estable y perpetuo, prohibiendo toda enajenación de  los  bienes raíces, y que los  muebles, semovientes y frutos se utilizaran para conservar y aumentar las  haciendas para las obras que señaló.9
Para definir las  capellanías laicales, José María Ots  Capdequí nos  remonta a las  Siete Partidas: “se fundaban sin  la autorización del  pontífice ni del  obispo u ordinario de  la diócesis”.10 Los mismos requisitos se aplicaban a una obra pía  de “patronato de legos” o laica.11
Al redactar su  primer testamento, en  1757,  a Bárcena le pertenecía la hacienda de San Buenaventura de Guacasco, en la jurisdicción de Tlaltenango, que había adquirido por  10 000  pesos. Doña  Catarina no aportó dote ni herencia al contraer nupcias. Don Juan Manuel calculaba que al casarse tenía un capital de mil pesos, y después de su matrimonio heredó de  su  padre poco  más de  un  sitio  de  ganado mayor, con  sus muebles y enseres, de  la hacienda de  La Quemada, pero en  1733  compró a sus tres hermanos la parte restante de  la hacienda y completó cinco  sitios de  ganado y cuatro caballerías de  tierra con un cuarto de  otra. Una  vez  dueño de  toda la propiedad, le hizo  numerosas mejoras. Posteriormente adquirió en  subasta pública, en  1756,  la hacienda de  Santa Fe y la estancia de San  Antonio de  los Delgadillo.12 Además, en  Zacatecas los Bárcena eran dueños de  varias casas, y en  Villanueva construyeron una casa de  altos y bajos frente a la plaza. Poseían esclavos y sus bienes solamente tenían gravámenes de 12,800 pesos.13
Todavía con  muy  buena salud, en  1762,  don  Juan Manuel dictó otro testamento, nombró patrona de la obra pía y albacea a su esposa y dispuso que percibiera el quinto de  los frutos y esquilmos de  las ganancias de las haciendas para su manutención y la de su familia. En caso de que ella faltara, quedaba como  albacea don  Antonio González Beltrán, quien a la vez  sería patrono de  la obra pía,  y si éste muriera el obispo designaría al sucesor. Pero añadió que si su mujer reclamaba los gananciales, no podría obtener el patronato y recibiría la mitad de ellos.14
Sobre las  otras cuatro quintas partes de  las  ganancias de  sus bienes, Bárcena dispuso que se entregaran a personas de reconocida honorabilidad y se fundaran las  capellanías y dotes que alcanzaran, siendo de
4 000 de principal cada una, para que se otorgaran los réditos a individuos pobres, aplicados, aptos, capaces y deseosos del  estado eclesiástico.15
Dispuso que lo mismo se hiciera sobre las  dotes para niñas escogidas, españolas y virtuosas, con  deseo de  consagrarse como esposas de  Jesucristo. En  caso de  no  haber candidatos en  Villa Gutierre (Villanueva), Jerez o Zacatecas, disponía que se utilizaran las  dotes para niñas pobres que se inclinaran al  matrimonio.16  Es  importante destacar la  distinción racial que se practicaba.

El fundador murió en mayo de 1763.  Al mes siguiente su esposa cambió la escritura en la que había cedido los gananciales a su esposo y agregó  que si  le  sobrevivía su  madre, Manuela Díaz,  no  podía disponer de todo su caudal por ser  su heredera forzosa y “habiendo pedido consejo a personas doctas, deseaba tranquilizar su conciencia, por lo que solamente renunciaba a una tercera parte”. Sin embargo añadió que, en caso de morir  su  madre antes que ella,  renunciaba a todos los derechos y acciones que le pertenecían a favor  del  vínculo creado por  su  esposo.17  Doña María Catarina sobrevivió ocho  meses a  su  esposo, murió primero que su  madre: en  su  testamento ya  la había nombrado heredera de  las  dos terceras partes de  sus gananciales, y como  albacea a González Beltrán. Doña  Manuela murió un  mes después, pero las  hermanas de  doña Catarina  y sus maridos entablaron un largo litigio para reclamar la herencia de  su  madre.18 Las  demandas llegaron al Consejo de  Indias y, al regresar el caso a la Audiencia de Guadalajara, se falló a favor  de las hermanas de doña Catarina: se dispuso que les fuesen entregados 49 181 pesos y seis reales. Sin embargo, hicieron otras reclamaciones, y todavía en  1810  se rebajan en los informes de la contabilidad pagos a favor  de las herederas; esto quiere decir que aún después de la muerte de González Beltrán continuaba el  litigio.19
El estudio de la Obra Pía de La Quemada, además de darnos información acerca de las fundaciones piadosas y el beneficio que recibían de ella quienes carecían de recursos, el papel de la Iglesia en el crédito, el incremento o deterioro económico de  una empresa según la capacidad y responsabilidad de patrono y administradores, nos  proporciona información acerca del  interés de  la Corona por  esta fundación y sus bienes. En 1796 y 1797  se emitieron Reales Cédulas con  las  disposiciones del  monarca acerca del funcionamiento de  la Obra Pía.  El nombramiento del  patrono administrador lo harían el vicepatrono real  (el virrey) y el obispo.20

 

Las haciendas de la Obra Pía de La Quemada

La Obra pía  fundada como  patronato de  laicos (o legos) denominada en algunos documentos como  “de La Quemada” y en otros como  “de Bárcena”, comenzó en 1764 con un capital de 217 211 pesos y 5 reales; se hizo cargo de  ella  como  patrono y administrador, de  acuerdo con  la voluntad del fundador, don Antonio González Beltrán. La contabilidad de la hacienda es una clara evidencia de la buena administración que llevó a cabo: no solamente mejoró las  haciendas, sino  que invirtió en  la compra de otras dos,  Buenavista y  Santiago del Cuidado, que adquirió en remate en 1780 por  60 000  pesos. El patrono aportó 20 000  pesos y los otros 40 000  los consiguió a través del obispado de Guadalajara, con fondos del Santuario de  Guadalupe, por  una escritura de censo reservativo o enfiteusis sobre las propiedades.21
La gran destreza de González Beltrán para manejar las empresas queda  demostrada en  las  ganancias obtenidas en  los  27 años que transcurrieron entre 1764  y 1791: un  total de  359  864  pesos con  cinco reales y medio.22 De estos fondos González Beltrán obtuvo la quinta parte por administración y patronato, 71 972 pesos 7 reales y medio. En la fundación de  21 capellanías de  4 000 pesos cada una se utilizaron 84 000 pesos; en 21 dotes de monjas que profesaron en varios conventos, 86 000 pesos; en limosnas se distribuyeron 22 000 pesos. El costo de la iglesia de Villanueva fue  de  10 457 pesos y 7 reales, y para la celebración de  misas se destinaron 14 250  pesos. El capital de  la Obra Pía  en  1791  había ascendido a 278 838 pesos con  cuatro y medio reales.23  La quinta parte que recibió el administrador correspondía únicamente a las  ganancias. El capital se había incrementado en 142 643 pesos.
A través del  análisis de  las  propiedades de  la fundación de  Bárcena podemos entender la hacienda como  un nudo de relaciones. Por medio de los  inventarios se detectan las  variables: capital, extensión de  la tierra, mercado, producción, mano de  obra y conflictos con  las  comunidades indígenas vecinas.24
Las tierras de la Obra Pía cubrían un extenso territorio de los actuales estados de  Zacatecas y Jalisco. La Quemada y la estancia de Delgadillo se ubicaban al norte de Villanueva, área regada por el río Juchipila, cuyo caudal contribuía a que se obtuvieran abundantes cosechas, tierras fértiles donde florecían ricas propiedades, entre ellas La Encarnación, Santiago, Los Fustes, Malpaso, Morones y, hacia el sur  de Villanueva, Tayagua y Apozol.25 El Cuidado, Santa Fe y Buenavista, localizadas al sur de la villa de Jerez, aprovechaban las aguas del río Jerez; Guacasco estaba al norte del actual estado de Jalisco.
En las haciendas de la obra pía  se observan estas variables. En términos  de  extensión, no se podría comparar cada una de  las haciendas con las  grandes propiedades del  norte de  la Nueva España; pero si tomamos en  cuenta la superficie total de  las tierras y su  producción intensiva, se pueden considerar en  su  conjunto como  una de  las  prósperas empresas agropecuarias del reino en el último cuarto del siglo XVIII. La hacienda de La Quemada contaba con  una extensión de  seis sitios de  ganado mayor (10 530 hectáreas); la estancia de los Delgadillo, que se manejó como  una sola  entidad con la anterior, abarcaba cinco  y medio sitios de ganado mayor y cuatro caballerías, con  un  total de  9 213.75 hectáreas. Guacasco te-

nía tres sitios de ganado mayor y dos  de menor, y cubría 7 530 hectáreas. Para Santa Fe, con seis sitios de ganado mayor y menor, se han calculado
10  530  hectáreas, más 1 505  correspondientes a  treinta y cuatro caballerías y un  poco  más de  otra. De El Cuidado y Buenavista se carece de información. El total de la superficie de las haciendas sobrepasaba las 39 000 hectáreas.26 A las caballerías de tierra, por dedicarse típicamente a la siembra de trigo en el periodo virreinal, se les denominó también “tierras de pan comer” o “tierras de pan llevar”, pero se aprovechaban para toda clase de cultivos, ya fuesen cereales u otros productos agrícolas.
Las  haciendas de  obra pía  contaban con  casa grande, presas, cercas, harinero, trojes, jabonera; en  cuatro de  ellas había capilla y casa para el capellán; en  Guacasco, La Quemada y Santa Fe disponían de molino de trigo y maquilaban el cereal de  otras haciendas. Gracias a la suficiente agua del  río de  Jerez, había huertas y cepas. En la hacienda de  Santa Fe escaseaba el agua, pero se beneficiaba de  la presa de Buenavista. Como ocurría en las haciendas del norte de México, en la hacienda de Guacasco se mantenía un obraje y se vendían frazadas y otros textiles.27
Como  se puede observar en  los cuadros  1, 2 y 3 sobre la producción agrícola de las  propiedades, se obtuvieron 12 203 fanegas de maíz, 1 080 cargas de  trigo y 1 024 fanegas de  frijol. Tanto en  la agricultura como  en la cría  de  ovejas y cabras la hacienda de La Quemada superó a las  otras propiedades. Su principal giro  fue  la cría  de  ganado menor, con  un  valor de  27 604 pesos y seis reales. En las  cuentas del año  mencionado se incluyen 29 arrobas de  lana y 125 frazadas; no se aclara si se vendieron o se conservaban en existencia.
En cuanto al ganado mayor incluido en  los cuadros 4, 5 y 6, el número de  reses es bajo,  pero en  cambio el total de  bueyes es de 2 472  y, si tomamos en  cuenta la cantidad de  las  mulas y caballos de  tiro,  podemos concluir que la actividad agrícola era intensiva. Al comparar el número de bueyes de  las  propiedades del  vínculo con  las  de  El Cabezón y La Vega, en Ameca, en 1793, las sobrepasan las haciendas administradas por González Beltrán

Las haciendas de la obra pía de La Quemada desempeñaron un importante papel en  la economía de  Zacatecas y el norte del  actual estado de Jalisco de 1764 a 1820. Abastecían de  granos y de ganado vacuno y lanar principalmente a  los  reales de  minas y otras poblaciones importantes.

En  la contabilidad de  1791  y 1796  se informa de  las  ventas a Fresnillo, Jerez, Zacatecas y Bolaños (en  esta población tenían bodega); enviaban diferentes clases de chile, paja, harina, carneros, frazadas, sebo y manteca. Se incluyen en las cuentas pagos recibidos por la matanza, pero no se menciona la población que adquiría la carne: debe haber sido  Jerez.28  En

las  cuentas de  los  años mencionados se incluyen las  cantidades que se recibían por arrendamiento de tierras: sitios, ranchos y huertas.29

La época dorada de  las  haciendas de  la obra pía  fue  durante la administración de  González Beltrán, quien añadió dos  haciendas, incrementó el fondo y entregó un  minucioso (aunque confuso) informe sobre la contabilidad de las  propiedades. El primer patrono enfrentó conflictos, entre ellos  el litigio de  las  herederas de  doña Catarina Fernández de  Castro y el de  los naturales de  Huejúcar por  las  tierras, situaciones que no se resolvieron definitivamente durante su patronato.30 Defendió el capital ante las exigencias de la Corona para gravar con cargos los fondos y exigía que se cumpliera el testamento de  Bárcena frente a las  disposiciones reales para que se dividieran las propiedades y se otorgaran dotes para jóvenes que deseaban contraer matrimonio. Pero  no se escapó de entregar donativos a la Corona.

 

La administración de
La Quemada a la muerte de González Beltrán

La  administración de  las haciendas tuvo un  drástico cambio después de  la  muerte de  Antonio González Beltrán. Su  decadencia fue  notoria desde 1801.31
Sobre la sucesión de los patronos, Bárcena había ordenado que si González Beltrán tenía un  hijo apto y totalmente a propósito para el manejo, conservación y aumento de  las  haciendas, podía nombrarlo por  patrono del  vínculo con  el mismo salario.32  En  caso de  no  tener sucesores, González Beltrán debería designar por  patrono a uno  de  sus primos, de  la familia  de los Beltranes. A cada patrono le concedió la facultad de nombrar sucesor “de su  estirpe y descendencia”. Aquí  surge una pregunta: ¿por qué designó a los  miembros de  esta familia como  patronos? En  ningún documento se ha  encontrado la respuesta. Bárcena agregó que, en caso que no hubiese sucesor apto, la facultad de  nombrar patrono recaería en el obispo de la diócesis, y no habiendo sujeto capaz, se nombraría al cura beneficiado de Villanueva.33
González Beltrán, en 1787,  nombró a su tío don  Manuel Beltrán y Bravo para que lo sucediera como  patrono. A su  muerte, en 1800,  el obispo confirmó la designación; pero al año  renunció don Manuel.34 Sin embargo, propuso y nombró como  sucesor, sujetándose a la cláusula 31 del  testamento, a su hermano el licenciado don  José Vicente Beltrán y Bravo,  conde  de  Santa Rosa, párroco de  Villanueva,35  quien consideraba que tenía suficientes conocimientos e instrucción en  el manejo de  campo, porque siempre trabajó al lado  de su padre en sus haciendas.36

A pesar de  la oposición del  promotor fiscal  del  obispado, por  considerar “un gravísimo inconveniente” que don Vicente fuera cura de Villanueva,  porque este cargo exigía “mucha atención, vigilancia y cuidado en las  obligaciones de  su  ministerio”, el condepárroco aceptó el patronato y renunció al curato y a los  réditos de  20 000  pesos de  beneficio curado que disfrutaba.37
En abril  de  1802  don  Vicente tomó posesión de  la fundación; se elaboró  un  inventario de  todas las existencias y se le hizo entrega de  los bienes.38 El conde de  Santa Rosa estuvo a cargo de  la obra pía hasta su muerte, en  1816; mas desde cuatro años antes había dado poder para la  administración de  las haciendas a  su cuñado don  Tomás Calderón, a quien se acusó de malversación de  los bienes y de  no haber pagado 18  000  pesos que tomó prestados durante el  tiempo que manejó las haciendas. Calderón estaba casado con una hermana del conde, la cual, después de  la muerte de  aquél, reclamó el patronato para sí o para su hijo  Fernando, de  siete años. La Audiencia consultó al Rey,  pero la petición no fue  aceptada.39
Al morir  don  Vicente Beltrán se recogieron los bienes y se entregó un informe al obispo Cabañas sobre la forma en  que administró las  haciendas; los testigos consultados por  el juez  declararon que no llevó  ningún orden en  las  cuentas durante el tiempo que manejó la obra pía.40 Los peritos que revisaron las  cuentas de  los  bienes concluyeron que el conde había recibido en 1802 461 287 pesos y seis reales, y le entregó a don  Tomás Calderón 308 505 pesos y cuatro reales; según los inventarios, debía 152  782  pesos y dos  reales, y de  acuerdo con  lo calculado debían haber producido un  seis por  ciento de  ganancias, “pero evitando todo género de  rigor” el juez  comisionado solamente calculó el cuatro por  ciento de ganancia, que debería ser  de  196 812 pesos. El total de  lo que se le hizo cargo a la administración del  conde por  las  dos  cantidades (capital líquido descubierto) fue  de  349 594 pesos. Sin embargo, no se ha  encontrado documentación que indique algún embargo u otra presión para exigir a los herederos del conde que cubrieran el desfalco. Los gastos para cubrir el desfalco contribuían a disminuir el capital.41
Con  el fin de  designar al sucesor, en  1818  se presentó la competencia entre las  dos  jurisdicciones: la Iglesia y el Estado español. El obispo Cabañas afirmó que él era “el actual patrono de la Obra Pía de La Quemada” y le competía elegir al patrono administrador que cuidara las fincas.42 Por su  parte, el fiscal  de  la Audiencia declaró que por  ser  ésta una obra pía lega, no  debería ser  el principal patrono otro  que el mismo soberano, y debía estar al  cuidado y atención de  los  virreyes y presidentes que en América ejercían las funciones de patronos.43
En la Real Cédula del 31 de octubre de 1811 se imponía a la Audiencia de  Guadalajara y al Obispo la obligación de  proceder de acuerdo en  los asuntos relativos a la obra pía; sin  embargo siguió habiendo conflictos.44
Preocupados por  los  desfalcos de  las  haciendas, el  presidente de  la Audiencia y el obispo solicitaron autorización del  Rey  para arrendar las propiedades o venderlas, ya que no había fondos para cubrir los réditos vencidos, ni para pagar las  deudas y salario de los trabajadores. Durante la administración de  Calderón hubo una diferencia de  152 782 pesos, sin incluir las utilidades que debieron producir calculando el cuatro por ciento anual. Pero  informaron sobre “las circunstancias de  aquella época en que la rebelión de estos países y su necesaria pacificación influyeron para que ni el presidente ni el obispo nos  pusiéramos de acuerdo en estrecharlo eficazmente a la dación de cuentas”.45
Finalmente, por  no  haber un  candidato apto de  la descendencia del conde, se nombró patrono administrador al  párroco de Villanueva, don Juan José Román, quien estuvo a cargo de  la administración hasta 1826. México se había independizado en  1821, tres años después se promulgó la Constitución republicana de  1824,  pero no  se presentaron problemas con la obra pía.46

 

Las vicisitudes de las  haciendas en el México independiente

La actitud del Estado hacia la propiedad de la Iglesia experimentó cambios después de  1821.  Los argumentos  liberales sostenían que se necesitaba la apropiación de  los bienes del  clero  por  razones económicas, y al poco tiempo agregaron las necesidades financieras del  nuevo gobierno. En  el congreso de  1822  se discutieron las cuestiones religiosas, sin embargo la Constitución de 1824  declaró que el catolicismo era  la religión exclusiva y garantizó los fueros y propiedades del  clero.  Durante diez  años los gobiernos y los grupos conservadores resistieron las presiones para exigir a la Iglesia la entrega de sus bienes.47 Fue  en la década de 1830 cuando se aplicaron leyes para confiscar los bienes eclesiásticos. Las ideas de José María Luis Mora  ejercieron gran influencia para poner en práctica estas medidas, durante la vicepresidencia de Valentín Gómez Farías, en 1833.48
En Zacatecas se hizo  cargo del gobierno del estado en 1829 Francisco García Salinas. El grupo gobernante  había vivido un  periodo de cohesión  desde 1825.  En  los  últimos meses de  1829,  el gobernador presentó al Congreso el primero de  “una serie de proyectos de  ley que colocarían a García Salinas entre los  políticos de  vanguardia y lo distinguirían por la aplicación de  un liberalismo ortodoxo ajustado a las  necesidades de  la nación y en el que la participación del Estado tenía un papel crucial”.49
El abogado Fernando Calderón, teniente coronel de  artillería, sobrino del  conde de  Santa Rosa  y que apoyaba las  ideas liberales, fue  miembro del Tribunal de Justicia de Zacatecas y diputado en el Congreso. En 1831 solicitó  el puesto de  patrono administrador de  la Obra Pía de La Quemada50 e inició  una confrontación con  la curia eclesiástica para exigir su derecho como  miembro de la familia de los Beltrán.51 Reclamó en un juicio la administración de  la obra pía  por  ser  descendiente, nieto legítimo en línea recta, de  don  Jacinto Beltrán, y tener 22 años. Alegó que su  tío,  el conde don  Vicente, lo había nombrado sucesor, pero su  familia fue despojada. Afirmó que el actual patrono, don  Juan José Román, le negaba aún el derecho de reclamar el patronato; además argumentó que ya tenía edad suficiente para administrar los bienes.52
El defensor de Calderón se apoyó en las Leyes de Indias, pero a la vez en la legislación del México independiente; expuso que en ese asunto no le tocaba intervenir al juez  eclesiástico, según la naturaleza del  negocio después del  cambio de  forma de  gobierno.53 El fallo del  alcalde segundo constitucional de  Villanueva fue  favorable al licenciado Calderón, y a pesar  de la oposición y los reclamos del doctor Juan José Román,54 el patronato de La Quemada pasó a manos de aquél. 55
Durante el  desempeño de  Calderón en  el  patronato, el  gobernador de  Zacatecas, don  Francisco García Salinas, expidió un decreto, que fue aprobado por  el  Congreso del  estado, según el  cual  el  gobierno tomaría las  fincas de  La Quemada comprendidas en  ese estado por  su  último avalúo y se dividirían (Guacasco pertenecía a Jalisco). Del valor  líquido, la quinta parte sería para Calderón. El resto quedaría impuesto a censo de  un  cinco  por  ciento, y se aplicarían del  censo 1 500 pesos al licenciado Calderón o a sus herederos; el sobrante del  rédito se fraccionaría en tres partes: una para escuelas, otra para dotes de  doncellas pobres para casarse y la última para auxiliar a los sacerdotes pobres de  Jerez y Villanueva. Antes de que se promulgaran las leyes de reforma eclesiástica de 1833,  ya en  Zacatecas y otros estados de  la república se había ordenado la confiscación de los bienes de la Iglesia, incluyendo las obras pías.
A partir de esta fecha se observaría un vaivén en relación con los bienes de La Quemada: en cada cambio de gobierno central a federal pasaban de la Iglesia al Estado, y viceversa. Así, en 1837 dispuso el gobierno centralista que se regresaran las haciendas al obispo de Guadalajara para que las administrara de acuerdo con la cédula de la Regencia española de 1811. Ante ello,  el obispo Diego  de  Aranda nombró patrono al párroco de  Villanueva. Cuando las haciendas regresaron a manos del  Estado las propiedades ubicadas en Zacatecas se pusieron en manos del Banco Nacional para que fueran arrendadas.56  La de  Santa Fe  la arrendó por cinco  años don  José Manuel Amozorrutia. A los dos años se le exigió que la entregara a la Mitra. Amozorrutia no estuvo de acuerdo, pues deseaba continuar con el arriendo o comprarla (pagaba 2 200 pesos anuales), pero por  órdenes del  Supremo Gobierno se le exigió la entrega. Estas situaciones ocasionadas por los continuos cambios de sistema de gobierno contribuyeron a un fuerte deterioro de  las haciendas. Además habían surgido quejas relacionadas con  el uso del agua. Amozorrutia protestó porque le quitaron el agua a la hacienda de Santa Fe para aprovecharla en la de Buenavista.57
Debido a las disposiciones sobre la administración de las haciendas, que debían sujetarse a la cédula de 1811 que no incluía el caso de la enajenación de los bienes, se remitió el asunto al presidente de la República y se aclaró que en  caso de  venderse La Quemada era  evidente lo insignificantes que serían Santa Fe y Guacasco. Coincidieron en esto la Mitra y el gobierno de Zacatecas. El gobierno autorizó la venta de las tres haciendas.58
En 1843 La Quemada se vendió en 54 274 pesos al general don Fernando Franco, pero quedando reconocido su valor  [total] sobre la misma finca.59
Guacasco se valuó en  20 050 pesos en  junio  de  1843,  se puso a la venta y se presentaron varios postores. Los comentarios de uno  de  ellos, Ignacio Reveles, muestran el deterioro de  los bienes: “la  hacienda no es ni en  sus fincas, ni en sus aguas, estancias y fábricas una cosa de interés, sus pastos son vanos y de  mala calidad”, y agregaba: “sus tierras han sido desmembradas por  los indígenas vecinos, sus obras de  agua casi están perdidas por el abandono”. Afirmaba que no valía  el monto del avalúo, pero que por ser colindante de  su propiedad la estancia del  Laurel, hacía postura a ella.

Finalmente, en 1844,  se remató en 40 000 pesos y 4 reales en Joaquín Castañeda, quien se comprometió a redimir el capital en siete años y pagar el cinco  por ciento de  rédito anual. El precio de  la finca  estaba sobrevaluado, por lo que casi tres años más tarde Castañeda informó al obispo que había podido conseguir dinero para pagar los réditos, pero debía 5 333 pesos. Solamente había obtenido 700 pesos anuales. De nuevo se realizó la subasta de  Guacasco y quedó en  poder de  Gregorio Llamas por  30 300 pesos. Las haciendas de  Guacasco y El Cuidado fueron hipotecadas en  1843.  El valor de  la segunda rebasó en  más de  dos terceras partes el de  Guacasco. Se consideró suficientemente asegurada y se otorgó escritura por nueve años, pero condicionada a que no se podrían vender, cambiar ni enajenar las propiedades porque se nulificaría el contrato. 60
Santa Fe se valuó en  21 057 pesos. Se aclara que tiene dos presas y un  tanque, y si se le daba derecho al agua el valor aumentaría 10 000 pesos. Se sacó a remate y se presentaron varios postores. Se suscitó un problema con  Gregorio Llamas, que había comprado la hacienda de  El Cuidado y reclamaba toda el agua. Su hermano Hilario hizo  postura a la de  Santa Fe, considerando que Gregorio le dejaría aprovechar el agua del  río Jerez. Finalmente se remató en  Hilario Llamas por  35 002 pesos. El total de  esta cantidad también quedó impuesto sobre la  finca  por nueve años a partir de  1844,  con  un  interés del  cinco  por ciento anual. Cada nueve años, antes de  que venciese el  contrato, podría renovarlo por  otros nueve, pero si no  había pagado los réditos se le  exigiría la redención del  capital.61  Se comprometió a entregar  una fianza, pero en 1853  aún no lo había hecho.
Gregorio Llamas había adquirido las  haciendas de  El Cuidado y Guacasco. Ambos hermanos debían réditos y el primero insistía en que había invertido mucho dinero en  restaurarlas; aseguraba que las  propiedades eran productivas y había en  ellas suficientes bienes con  que pagar, pero necesitaba tiempo. En 1854  todavía no habían cubierto la deuda de  réditos,  a pesar de que se les habían concedido plazos. Los Llamas insistieron en que pagarían.62

Sobre la hacienda de Santa Fe, Gregorio Llamas se quejaba porque las oficinas y habitaciones estaban destruidas, no teníaningún vaso ni   depósito de  agua y aun está privado por  formal sentencia de  usar el  agua del  río  Jerez que la  atraviesa, solamente se puede hacer siembra de  temporal y apenas podrá proporcionar una mediocre subsistencia para la  manutención de  una familia pobre como  la suya.63

En  el  cuadro 8 se puede observar la  depreciación de  las haciendas después de  1840.  El valor  de  Guacasco y Santa Fe disminuyó en  un  50 por ciento. No tenemos información acerca de la cantidad en que se enajenó La Quemada, pero las expresiones de los postores muestran el deterioro de las propiedades. Con el frecuente cambio de dueños, las continuas luchas en el país y las ideas liberales, las propiedades vinculadas no podían subsistir.64

A pesar de las vicisitudes que sufrieron las propiedades de La Quemada,  cuando se aplicó la   ley Lerdo en  México las  haciendas ya se habían rematado, aunque con  hipoteca por  el total del  valor  del  remate. Según esa ley, los arrendatarios se quedarían con  las fincas. Todavía a fines del siglo XIX los descendientes de  los Llamas eran dueños de  algunas de  las haciendas de  la obra pía.  En 1891  don  Francisco de Paula Llamas vendió a don  Eugenio del  Hoyo  la estancia o rancho de  Cacalote, que heredó de Gregorio Llamas y que formaba parte de  la hacienda de  El Cuidado; el comprador la adquirió en 12 000 pesos.65 En 1897 Javier Llamas era dueño de la hacienda de Guacasco.66

 

Reflexiones finales

El examen de la Obra Pía de La Quemada proporciona una rica información acerca de  las mentalidades novogalaicas. Un hacendado trabajador, que forja  una fortuna considerable, no tiene hijos y convence a su esposa con “todo lo que por inspiración divina se me ponía presente a mi discurso y entendimiento” de vincular todos sus bienes con el fin de obtener la salvación de su alma y proporcionar dotes a jóvenes doncellas que desearan ingresar al convento. Se puede observar que selecciona a las beneficiarias: las dotes serían para jóvenes españolas virtuosas que quisieran ser monjas. Las capellanías se designan para individuos pobres, pero capaces y deseosos del estado eclesiástico. No fue posible localizar información para analizar quiénes fueron los beneficiados con las capellanías y dotes de monjas. Un rasgo un tanto revelador de la mentalidad femenina de la época es que la esposa del  fundador haya aceptado renunciar a sus bienes sin tomar en  cuenta a su familia. Pero confunde la afirmación de doña Catarina que aceptó porque fue  obligada por  su marido. Esas actitudes reflejan un  carácter débil de  la viuda, a quien el fundador convenció fácilmente (o por la fuerza), pero luego la presionó su familia. Al mismo tiempo nos damos cuenta que no todos los miembros de la sociedad se preocupaban por apoyar las fundaciones piadosas: las cuñadas del fundador no coincidían con estas ideas.

Por  el elevado monto del  capital involucrado y las apelaciones de  las hermanas de  doña Catarina, el litigio pasó al Consejo de Indias. Pero  la Corona tuvo otros motivos para intervenir en  el funcionamiento de  la obra pía: la política de  Carlos iii  se caracterizó por  reducir el poder eclesiástico. Los ministros Campomanes y Floridablanca consideraban que la riqueza acumulada por la Iglesia era  perjudicial tanto para la sociedad como  para el Estado y contribuía a la pobreza de  los laicos. De acuerdo con  estas ideas, durante el reinado de Carlos iv el fiscal de la Audiencia de Guadalajara criticó que se hubieran dejado los fondos para dotes de monjas y capellanes, consideraba que de haberse fundado dotes de 6 000 pesos para matrimonio se habría beneficiado a 216 personas, y en cambio con el capital de la obra pía  solamente se mantenían 43 personas.67 Sin embargo, González Beltrán consiguió que se respetara la voluntad de Bárcena en cuanto a las dotes de monjas. Asimismo, el Rey confirmó la aceptación de de la obra pía “bajo su soberana y real  protección”. El patrono, en  las últimas décadas del  siglo XVIII, no se libró de otorgar préstamos “graciosos o forzosos” a la Corona.
En  cuanto a la economía de  la obra pía,  se pueden identificar varias etapas. Durante la primera, se puede identificar a González Beltrán como un  personaje con  rasgos modernos por  la forma de  manejar las  haciendas. Su  administración se puede comparar con  el  sistema aplicado en las  haciendas jesuíticas. La producción estaba orientada al mercado. Los productos agrícolas y el ganado de  la obra pía  contribuyeron al abastecimiento de  los reales de  minas de  Zacatecas y Bolaños, lo mismo que a la villa de Jerez. Como  las grandes haciendas de la Nueva Galicia durante el siglo  XVIII, rentaban tierras y en  este caso también huertas. La contabilidad bajo  González Beltrán es una rica  veta para darnos cuenta de  la producción y las  relaciones con  los trabajadores y con  los hacendados de  la región. Por otra parte, para defender las tierras González Beltrán sostuvo litigios con las comunidades indígenas de Huejúcar y Tlalcosagua.
El problema más serio surgió a la muerte del  primer patrono. El quinto de  las ganancias que recibiría su sucesor no era desdeñable, y por  ello el conde de Santa Rosa renunció a sus beneficios eclesiásticos y aceptó el cargo. Mas su administración no se compara con la del  primer patrono: hubo un desfalco y comenzaron la merma del capital y el deterioro de los bienes.
El estudio de  la obra pía  durante el siglo XVIII, y sobre todo en  las  dos primeras décadas del  siglo XIX, muestra claramente el conflicto entre las “dos majestades”, la Iglesia y la Corona, principalmente por  el derecho para elegir al patrono administrador de La Quemada. Sin embargo, la etapa  posterior a la independencia de  México presentó mayores conflictos. La extensa duración de la Obra Pía de  La Quemada muestra cómo  se vio afectada por  diversos factores: la independencia de  México y las  ideas modernizadoras y liberales que ocasionaron cambios radicales en  la legislación mexicana en  relación con  las fundaciones piadosas. Esta situación  no fue  exclusiva de  La Quemada; en  el caso de  la obra pía  fundada por  Juan Acosta en  el siglo XVIII, hacia 1830 el capital se había reducido en un 50 por ciento, según Casteloe.68
A partir de  la década de  1830  aumenta la inseguridad de  las propiedades de  La Quemada, cada cambio de  sistema gobierno (central o federal) las hace pasar de  manos de  la Iglesia a manos del  Estado, o al contrario. Con  las reformas de  Gómez Farias y especialmente con  la legislación del gobernador de  Zacatecas García Salinas se decretó la división de  las propiedades. Pero  en 1837  el gobierno centralista dispuso que se regresaran al obispo de Guadalajara para que las administrara de acuerdo con la cédula de la Regencia española de 1811.  Cuando las haciendas volvieron a manos del Estado, las propiedades ubicadas en Zacatecas quedaron en poder del  Banco Nacional, para ser arrendadas. Tales vicisitudes contribuyeron al deterioro de las propiedades. Uno de los principales problemas fue ocasionado por la separación de las haciendas, que con ello dejaron de contar con  agua de  riego. A pesar del  bajo  valor  en  que se sacaban a remate no había postores, o quienes las adquirían no las podían sostener por falta de liquidez y las devolvían. La obra pía  no pudo sobrevivir a los vaivenes políticos del siglo XIX. Una fundación del antiguo régimen se vio condenada a desaparecer aun antes de la aplicación de las Leyes de Reforma.

 

Siglas y Referencias
ABH               Archivo de Bernardo del Hoyo,  Zacatecas, Zacatecas
AGI                Archivo General de Indias, Sevilla  (España)
AHAG, OPQ Archivo Histórico del Arzobispado de Guadalajara, Sección Justicia, Obra pía  de La Quemada, Guadalajara, Jalisco
APJZ              Archivo del Palacio de Justicia, Zacatecas, Zacatecas
ARPP-1H       Archivo del  Registro Público de la Propiedad, Libros de Hipotecas, Guadalajara, Jalisco
BPEJ-ARAG  Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara

 

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Notas:

1 Agradezco el apoyo de la maestra Betania Rodríguez Pérez para la consulta del Archivo Histórico del Arzobispado de Guadalajara.
2 Ladd, La nobleza; Martínez, Von  Wobeser y Muñoz Correa, Cofradías; Greenow, Credit; Lindley, Las haciendas; Van  Young, La ciudad y el campo; Jiménez Pelayo, Haciendas; Von Wobeser, El crédito eclesiástico;  Muñoz Correa, “Las estrategias”; Kicza, Empresarios coloniales; Schwaller, Origins of Church Wealth; Taylor, Landlord; Costeloe, Church Wealth.
3 Jiménez Pelayo, “El impacto del crédito”, pp.  506-508; Von Wobeser, El crédito eclesiástico.
4 Loreto López, “La caridad y sus personajes”, pp. 263-264.
5 Lavrín, “Mundos en contraste”, pp. 258-261.
6 Costeloe, Church Wealth, p. 46.
7 AHAG, Justicia, opq, cuaderno 1º. Comprende la fundación de  ésta y los testamentos de Don Juan Manuel de la Bárcena, Doña  Catarina Fernández de Castro y la madre de ésta; ahag, Justicia, opq, caja  1, cuaderno 1, ff. 35, 59v-60. Los gananciales eran los bienes adquiridos después del matrimonio por cualquiera de los cónyuges y las rentas o beneficios de  los fondos separados de ambos. Al morir  uno  de  ellos la propiedad se dividía en  entre el sobreviviente y los herederos del  difunto. Pero  si la esposa demostraba ante un tribunal que su marido había dispuesto de sus gananciales con intención maliciosa, ella los recuperaba. Arrom, Las mujeres, pp. 86-88.
8 AHAG, Justicia, OPQ, caja 1, cuaderno 1, f. 36.
9 AHAG, Justicia, OPQ, caja 1, cuaderno 1, f. 36.
10 Ots Capdequí, Manual de historia, p. 125.
11 En  la Real  Cédula del  11 de  julio  de  1767  se advertía que “en las capellanías laica les, en  los patronatos de  legos… toca a los jueces reales librar los correspondientes mandamientos de  su cobranza, sin que por  esto se prive a los jueces eclesiásticos de intervenir en la seguridad de los capitales siempre que se trate de su redención o nueva imposición para que asegure la subsistencia de lo que está destinado a semejantes Obras Pías en  las que se interesa la causa pública, a menos que por  los fundadores… no se disponga otra cosa”. Ventura Beleña, Recopilación, pp. 121-122.
12 “Plan que dividido en dos partes demuestra en la primera el origen primitivo de los bienes de la Obra Pía de La Quemada entregado por el Dr. Juan José Román”, ahag, Justicia, opq, ff. 30-31.
13 APJZ, Protocolos de Jerez, Tomás Rodríguez y Nicolás Suárez, 1757; bpej-arag, Civil, caja 253 exp. 1, f. 6v; ahag, Justicia, OPQ, caja 1, cuaderno 1, ff. 32-33.
14 “Testimonio íntegro del  memorial que formó  el relator Lic. Arze  de  los autos de  la Obra Pía llamada de Bárcena”, agi, Guadalajara 562, ff. 1, 5. González Beltrán tuvo el cargo de alcalde ordinario de Zacatecas en 1753. Terán Fuentes, El artificio, p. 151.
15 Terán Fuentes, El artificio, p. 151.
16 AHAG, opq, Fundación, ff. 4-4v; “Testimonio integro del  memorial que formó  el relator Lic. Arze  de los autos de la Obra Pía llamada de Bárcena”, AGI, Guadalajara 562,ff. 1-5v.
17 AGI, Guadalajara 562, ff. 6-7v.
18 AGI, Guadalajara 562, ff. 11-12; Diego-Fernández Sotelo y Mantilla Trolle, La Nueva Galicia, pp.  26, 38.
19 Sobre el juicio de las herederas de la esposa de Bárcena consultar Jiménez Pelayo, “La Quemada y sus conflictos”, pp. 185-209.
20 En la Real Cédula de 1797 se aceptó que no se cambiara lo referente a las capellanías, que se fundaran con  suficientes fondos para la manutención de  los sacerdotes según las circunstancias locales y que éstos celebrasen las misas correspondientes al incremento de sus rentas. Los patronos conservarían la facultad de  nombrar capellanes, pero la designación de templos donde celebrar misas correspondía al obispo de acuerdo con el patrono. Sobre las dotes se acordó que se cumpliera la voluntad del fundador. Disposiciones incluidas en  la cédula de  1797,  dada en  San  Ildefonso el 13 de  agosto de 1797, ahag, Justicia, ff. 41-43.
21 “Testimonio integro”, AGI, Guadalajara 562, f. 58; ARPP-LH, vol. 4, ff. 158-160; bpej-arag, Civil, caja  253,  exp. 1, ff. 6v-8.   El censo reservativo o enfitéutico era  el censo perpetuo más antiguo, derivado de  la enfiteusis romana. Ésta era  un  contrato relacionado con la tenencia de  los bienes raíces que permitía transferir una propiedad, generalmente a perpetuidad o por larga duración, con la obligación de pagar, por parte del que la recibía, una renta o canon anual. La persona que adquiría un bien raíz obtenía derechos sobre él casi análogos a los de  la propiedad, aunque no tuviese su dominio pleno. El propietario mantenía el dominio directo del  bien. El censo enfitéutico compartía la característica de venta porque el censuario (enfiteuta) obtenía un bien raíz  o, en sentido estricto, un  bien raíz  a perpetuidad; arrendamiento, porque el censuario debía pagar una renta anual por  el disfrute y posesión del  dominio útil del  bien. Martínez López- Cano, La Política de Escrituras.
22 “Plan que dividido en  dos partes demuestra en  la primera el origen primitivo de  los bienes de  la Obra Pía de  La Quemada entregado por  el Dr. Juan José Román”, AHAG, Justicia, OPQ.
23 “Pedimento del fiscal, compra de las haciendas de Buenavista y Santiago del Cuidado”, agi, Guadalajara 562; “Testimonio de varias cédulas y resoluciones ejecutoriadas sobre la administración y patronato de la obra pía en la hacienda de la Quemada sea sólo de la inspección del gobierno civil”, ahag, Justicia, opq, caja 5, carpeta 12, años 1801-1839, ff. 34-36. En estos documentos se incluyen los mismos datos sobre los bienes, solamente hay diferencia en cuanto a las limosnas, que en este documento son 22 000 pesos. La cantidad coincide con la del ahag, Justicia, opq, Año, 1818, “Expediente que por orden Superior del Excmo. Sr. D. Juan Cruz Ruiz de Cabañas del Consejo de Su Majestad se ha practicado sobre el manejo que tuvo el finado conde de Santa Rosa”.
24 Fernández, Mucha tierra, pp. 29-31; Van Young, La ciudad y el campo, p. 121; Jiménez Pelayo, Haciendas.
25 Jiménez Pelayo, Haciendas.
26 AHAG, Justicia, Haciendas, Cuentas de La Quemada de 1791, cuaderno 7, ff. 2-8.
27 AHAG, Justicia, Haciendas, Cuentas de La Quemada de 1791, cuaderno 7, ff. 2-8. Sobre obrajes en las haciendas, véanse Jiménez Pelayo, Haciendas; Becerra Jiménez, Gobierno, 2008.
28 AHAG, Justicia, opq, Haciendas, Cuentas de La Quemada de 1791, cuaderno 7, ff. 2-8, y libro de cuentas de 1796,   ff.  6-58.
29 AHAG, Justicia, opq, Haciendas, Cuentas de 1796.
30 BPEJ-ARAG, Civil, caja  232, exp. 12; BPEJ-ARAG, Civil, caja  381, exp. 1.
31 AHAG, Justicia, OPQ, carpeta s/n 1801-1818.
32 AHAG, Justicia, OPQ, caja  1, ff. 43-45.
33 AHAG, Justicia, OPQ, caja  1, ff. 45-46.  No se pudo encontrar información para entender los motivos de Bárcena para elegir a la familia Beltrán como patronos. El obispo tendría la facultad de  suspender al patrono que disminuyera o disipara los bienes y aprobar todos los nombramientos.
34 AHAG, Justicia, opq, cuaderno 3, ff. 1, 16-16v. Expediente sobre la renuncia del Patrono
Administrador de la Obra Pía de la Quemada.
35 Ambos eran hijos legítimos del capitán Jacinto Beltrán y Bravo, conde de Santa Rosa, y Doña  Anna Josefa Bravo  y Acuña. Jiménez Pelayo, Haciendas, pp.126-127, 156.
36 AHAG, Justicia, OPQ, cuaderno 3, ff. 5-13. Se apoyó en la Cláusula 31 del testamento de Bárcena.
37 AHAG, Justicia, OPQ, cuaderno 3, ff. 17-18, 23.
38 AHAG, Gobierno, Serie  Bienes Eclesiásticos, caja  20, 1845-1849.
39 AHAG, Justicia, OPQ, caja  10, carpeta 1797, ff. 1-2.
40 Informaron que las cuentas eran cartas, cuadernos y papeles en  desorden donde reinaba la confusión; había una multitud de  cuadernos con  cuentas comenzadas, con  tal desorden que se veían las partidas de todos los ramos mezclados unos con otros, “años invertidos”, etc. “Expediente que por  orden superior del  Excmo. e Ilmo.  Sr. Dr. Don Juan Ruiz de Cabañas del Consejo de Su Majestad y dignísimo obispo de Guadalajara se ha  practicado sobre el manejo que tuvo el finado Señor Conde de  Santa Rosa don José Vicente Beltrán y Bravo  en   las haciendas de la Obra Pía de La Quemada durante el tiempo que por sí las giró”, ahag, Justicia, opq, año  1818, ff. 22-25.
41 AHAG, Justicia, OPQ, Cuaderno 7, Cuentas de La Quemada, ff. 28-32.
42 “Oficio  en que la Real Audiencia de Nueva Galicia pregunta guía sobre el Patrono Administrador de La Quemada”, ahag, Justicia, opq, Carpeta s/n, 1801-1818, ff. 2-3v.
43 AHAG, Justicia, OPQ, Carpeta s/n, 1801-1818, ff. 2v-3, 5v-6.
44 AHAG,  Justicia, OPQ,  caja  2,  años 1780-1805;  ahag,  Justicia, opq,  carpeta 1801-1818.
45 AHAG, Justicia, OPQ, caja  2, años 1780-1805; ahag, Justicia, opq, carpeta 1801-1818.
46 AHAG, Justicia, OPQ, caja  2, años 1780-1805; ahag, Justicia, opq, carpeta 1801-1818.
47 Costeloe, Church Wealth, p. 5; Knowlton, Los bienes del clero, pp. 20-21.
48 Knowlton, Los bienes del clero, pp. 22-24. Sobre los cambios políticos y el proceso de la desamortización de los bienes eclesiásticos, consúltese Knowlton, Los bienes del clero, pp.  17-37; Costeloe, Church Wealth; Bazant, Los bienes de  la Iglesia; Juárez, Reclaiming Church Wealth; Guerra, México.
49 Flores Olague, Breve historia, pp. 108-109; Vega, Los dilemas, pp. 271-273.
50 Fernando Calderón Beltrán nació en Guadalajara en 1809,  pero desde su adolescencia residió en  Zacatecas; cursó estudios latinos y filosofía y letras. Al morir  sus padres se trasladó a Guadalajara y obtuvo el título de abogado en 1829. Regresó a Zacatecas y se desempeñó como  magistrado del  Supremo Tribunal de  Justicia, además fue  diputado del  Congreso del  Estado. Fue  también coronel de  artillería de  la antigua milicia nacional.  Sostuvo las ideas liberales y apoyó al gobernador Francisco García Salinas. Calderón  destacó como  poeta, dramaturgo y periodista en  el ámbito nacional. En la ciudad de  México se integró al círculo social y literario de  Guillermo Prieto, Joaquín Pesado, Manuel Payno, Ignacio Cumplido y José María Heredia. Murió  a la edad de 36 años, en 1845. Soto Solís, Ayuntamientos, pp. 114-116.
51 AHAG, Reales Cédulas, ff. 150-160v.
52 “Testimonio del  expediente que sigue el señor ciudadano Juan José Román con  el licenciado ciudadano Fernando Calderón sobre despojo de la Hacienda de La Quemada y sus anexas. Año de 1831”, ahag,  Justicia, opq, caja  10, ff. 1-16v.
53ahag,  Justicia, opq, caja  10, ff. 29-32.  Se apoyó también en  los decretos de  las cortes españolas de 1812. ahag,  Justicia, opq, caja  10, f. 33v.
54 AHAG,   Justicia, opq, caja  10, ff. 44-46.  La constitución política de  1825  del  estado de Zacatecas concedió a los ayuntamientos  mayor autonomía, con  lo que ampliaron su participación en  la vida  política de  la entidad. Flores Olague, Breve historia, pp.  102-103.
55 AHAG, Justicia, OPQ, caja  10, f. 53.
56 AHAG, Justicia, OPQ, caja  7, exp. 8, 1849-1874.
57 AHAG, Justicia, OPQ, caja  7, exp. 8, 1849-1874.
58 AHAG, Justicia, OPQ, caja  8, ff. 11-12.
59 “Estado que manifiestan los fondos disponibles por  el Señor Vicario Capitular: capitales que de ellos se hayan impuestos y fondos disponibles”, ahag, Justicia, opq, f. 1v.
60 AHAG, Justicia, OPQ, años 1844 -1859, ff. 1-83.
61 AHAG, Justicia, OPQ, caja  8, ff. 77-79.
62 AHAG, Justicia, OPQ, caja  8, ff. 90v-100.
63 AHAG, Justicia, OPQ, caja  8, ff. 77-79.
64 Las cuentas que se entregan no son claras; en algunas se da el valor  de las haciendas sin incluir ganado ni productos agrícolas, aperos u otros bienes. Además mezclan los productos de  varias haciendas, por  lo cual  no ha  sido posible definir con  precisión el valor  de  cada una. Los datos más confiables son los que incluyen el valor  total de  los bienes.
65 ABH, Escritura de venta del Rancho del Cacalote a Francisco de Paula el 12 de marzo de 1891, ante el escribano público Guadalupe López Velarde.
66 Valerio Ulloa, Historia rural, p. 320.
67 Jiménez Pelayo, “La Quemada y sus conflictos”, pp. 196-197.
68 Costeloe, Church Wealth, p. 46, nota 2.