Ser gay en la ciudad de México

 

Rogelio Jiménez Marce
Universidad Iberoamericana-Puebla
rojimarc@yahoo.com.mx

Reseña del libro de Rodrigo Laguarda Ruiz, Ser gay en la ciudad de México. Lucha de representaciones y apropiación de una identidad,1968-1982, México, CIESAS, Instituto Mora, 2010, 167 p.

 

Este libro tiene su origen en la tesis doctoral que Rodrigo Laguarda presentó en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de la ciudad de México. El autor busca entender el proceso de apropiación de una identidad global, el ser gay, en la capital del país durante la década de 1970, proceso que se sitúa entre el movimiento estudiantil de 1968 y la emergencia de la enfermedad conocida como sida. La doble formación de Rodrigo como historiador y antropólogo se trasluce en las páginas de su trabajo, pues no sólo se asume como observador privilegiado que reconstruye ciertas situaciones a partir de las voces de los actores, sino que también sitúa estas voces en su contexto histórico para determinar la importancia de las acciones en las que dichos actores se vieron inmiscuidos. El ejercicio del autor adquiere mayor profundidad cuando asume que aunque está ubicado en un determinado lugar de producción, tal como lo define Michel de Certeau, ello no le impide identificarse con sus informantes y considerar que la modernidad ha abierto un espacio de autoafirmación de la identidad gay que no sólo se debe consolidar, sino ampliar.

El libro se compone de seis capítulos. El primero plantea una interesante reflexión acerca de la identidad, la cual entiende como una generalidad históricamente construida en la que se reconoce un cierto número de individuos. En esta categoría confluyen la heterogeneidad de lo social y un sentimiento de pertenencia. La identidad gay es producto de un proceso histórico que empezó en el siglo XIX. Las sociedades industrializadas occidentales y sus saberes médicos acuñaron el término homosexualidad como una categoría distintiva. La identidad gay se haría visible en las ciudades estadounidenses tras la segunda guerra mundial. La aparición del término gay buscaba eliminar el contenido patológico de la palabra. Los movimientos sociales de la década de 1960 serían fundamentales para los gays, pues a partir de las enseñanzas de los movimientos estudiantiles, negro y feminista, integrarían su propio movimiento para luchar por la igualdad social. En las últimas décadas del siglo XX el movimiento gay logró importantes triunfos, como eliminar las leyes contra las prácticas homosexuales y desafiar la concepción patológica que se tenía sobre la homosexualidad. La emergencia de lo gay significó trascender la reproducción de las formas de género tradicionales; asimismo, contribuyó a crear una conciencia de pertenencia que significaba actuar políticamente, exigir reivindicaciones, habitar ciertas áreas de la ciudad, demandar determinados servicios y vivir procesos de identificación. Sin embargo, Rodrigo advierte que la identidad gay es heterogénea y no debe entenderse como un proceso único, pues existen en su interior diversas adaptaciones, contradicciones y pugnas. En este sentido, la construcción de una identidad constituye una lucha de representaciones, lucha en la que no sólo hay que tener en cuenta la manera en la que es percibido un grupo, sino también el sentido que los actores otorgan a sus prácticas.

En el segundo capítulo, el autor plantea que rescata, a través de la metodología de la historia oral, las vivencias de un grupo de individuos de sectores medios cuyas edades fluctuaban entre los 20 y 30 años en la década de 1970. Los testimonios revelan que antes de que se abriera la posibilidad de reconocerse como gays, los entrevistados contaban con escasos recursos para escapar del estigma social, así como de sus consecuencias personales y sociales. Admitirse “diferentes” y “extraños” implicaba una conciencia de anormalidad. Las situaciones de degradación a las que se vieron expuestos los llevaron a la marginación y el sufrimiento, pues en México los insultos más soeces están vinculados con la orientación sexual. Para la mayoría de los entrevistados, la escuela se convirtió en un lugar de sufrimiento, debido a las burlas y las agresiones físicas que padecían. Rodrigo advierte que las representaciones negativas introyectadas por los actores sociales producían sentimientos de inferioridad, frustración e insatisfacción, pero a la vez se desarrollaba una sensación de culpabilidad asociada con los deseos sexuales. Resulta interesante mencionar que los informantes manifiestan una fe religiosa inquebrantable, aunque ello no les impedía criticar la moralidad represora del catolicismo. Para sobrevivir a la condena social, había que ser discreto y cumplir con las normas sociales. Eso ocasionó que se viviera, en muchos de los casos, una doble vida, pues la discriminación se manifestaba hasta en la universidad y en las organizaciones políticas de izquierda. De acuerdo con los testimonios, el año de 1968 sería crucial, pues las Olimpiadas y el movimiento estudiantil favorecerían la transformación de la sociedad y de las relaciones interpersonales.

En el tercer capítulo se expone que en la década de 1970 se producirían una serie de transformaciones sustanciales en materia de sexualidad, lo cual era consecuencia de la influencia de Europa y Estados Unidos. Con la liberación sexual se abrieron nuevos espacios de tolerancia y se debilitaron las restricciones que pesaban sobre las prácticas homosexuales en las sociedades occidentales, sobre todo aquellas que estaban vinculadas con la reproducción de los papeles tradicionales de género. Aunque los homosexuales seguían en la marginalidad, se comenzó a manifestar la conciencia de una nueva identidad que buscaba reivindicaciones de grupo frente a la sociedad. Los gays no sólo empezaron a ganar visibilidad en Estados Unidos, sino también en algunos países de Europa occidental. En este punto, resultó de particular importancia el desplazamiento de la palabra homosexual y la introducción de gay, término que no sólo sirvió para autoidentificarse, sino que también reforzó la idea de una orientación sexual natural en los sujetos, con lo que se eliminó el carácter patológico en que se sustentaba el otro concepto, y se constituyó en una experiencia liberadora que buscaba otorgarles un nuevo lugar en el mundo, pero también les generaba nuevas limitaciones. En el caso mexicano, la experiencia estadounidense sirvió como modelo que se buscó reproducir, aunque se produjo una vinculación de lo gay con lo homosexual, de tal manera que los dos términos se convirtieron en sinónimos. 1978 sería un año trascendental, pues las calles fueron tomadas por el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y por el grupo Lambda de Liberación Homosexual. Unos meses después apareció OIKABETH, que aglutinaba a las lesbianas. Los tres grupos estaban integrados por sujetos cuyas edades oscilaban entre 18 y 30 años, además de que tenían tendencias izquierdistas. Ellos visibilizarían la identidad gay a través de marchas que aludían a la libertad que buscaban conquistar, la afirmación de su identidad y la lucha contra las arbitrariedades. A pesar de sus acciones, el movimiento de liberación homosexual era desconocido por la mayoría de la población, situación que, según el autor, se debió a la tendencia política que ostentaban.

En el cuarto capítulo, Laguarda señala que a finales de la década de 1970 se establecieron negocios específicos para los sectores gays, que formaban parte de lo que se denominaría “el ambiente”. En estos sitios se tenía la posibilidad de establecer relaciones interpersonales que iban desde la amistad hasta lo sexual. Sin embargo, “el ambiente” se restringía a un determinado sector social. Aunque existían lugares de ligue, sobre todo en la colonia Cuautémoc y la Zona Rosa, también se fomentaban los encuentros en lugares públicos como los cines, los baños públicos y las tiendas Sanborns. Otro espacio de sociabilidad eran las fiestas; pero, al igual que sucedía con los negocios, el acceso estaba restringido a la gente de confianza. Las fiestas serían desplazadas por los bares gay, los cuales no sólo se han considerado espacios de interacción social, sino también elementos indispensables en la creación de sentimiento de pertenencia. Los bares gay proliferaron en el gobierno de López Portillo. Uno de los más importantes fue El 9. A pesar de la apertura mostrada, persistieron las agresiones y extorsiones por parte de la policía, lo que hizo que Lambda y el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria emprendieran campañas contra la intolerancia y la represión. Los ataques policiacos no impidieron que los sitios de sociabilización fueran altamente visitados. Como cualquier actividad clandestina, las prácticas homosexuales optimizaron la eficacia del encuentro, lo que generó que no se lograran consolidar las relaciones duraderas. Si bien es cierto que existía el ideal romántico de una relación exclusiva, las prácticas cotidianas evidenciaban lo contrario. Un elemento central en la construcción del gay era el ideal de belleza asociado con el arreglo personal. La conformación de una identidad gay traía consigo componentes de exclusión que no sólo estaban dirigidos contra los bugas (heterosexuales) y los que no tenían buenos atributos físicos, sino también contra las locas y las lesbianas.

En el quinto capítulo se plantea que la identidad gay es diaspórica, pues los que se identifican con ella habitan en distintos lugares del globo. Sin embargo, comparten una serie de representaciones, ideas, héroes, lugares significativos y recuerdos de determinados acontecimientos. La bandera del arco iris, por ejemplo, es un símbolo mundial, pero también local, que permite identificar un espacio de sociabilidad gay. En el medio mexicano se integró un repertorio de melodías extranjeras que resultaron significativas, pues los gays consideraban que en ellas se encontraba una expresión de sus experiencias, aunque los entrevistados concordaban en que sus significados se encontraban alejados de lo que pensaban el resto del público y los productores. Entre los elementos de identificación del mundo gay se encontraban cantantes como Juan Gabriel, actrices como María Félix y Marilyn Monroe, películas como El lugar sin límites (1977), novelas como El vampiro de la Zona Rosa (1979) y los concursos de belleza.

El último capítulo explora el impacto de la aparición del sida en la comunidad gay. Desde un principio, esta enfermedad se asoció con los gays y sus prácticas sexuales, motivo por el que no debe sorprender que en algunos medios de comunicación amarillistas se le denominara “peste gay”. Como se creía que ellos eran portadores y trasmisores del virus, se les estigmatizó y se les consideró “grupo de alto riesgo”. La crisis económica de 1980 y el terremoto de 1985 contribuyeron a restar atención al problema del sida. Otro problema que tuvieron que enfrentar los gays fue la crisis del movimiento organizado de liberación sexual, debido, entre otras cosas, a los conflictos internos, la disminución de su base de militantes y los embates del sida. En este contexto, los militantes reorientaron sus actividades a la impartición de talleres y el fomento de campañas de uso del condón. La lucha contra el sida contribuyó a hacer visibles a los gays. El autor menciona que a través de los testimonios se puede advertir que las identidades no son cerradas, sino que se encuentran en constante transformación y redefinición. Aunque se coincidía en que la identificación como gay tenía un sustento liberador, también se le entendía como un compromiso de lucha o un cierto estilo de vida basado en la sofisticación y el buen gusto. Si bien es cierto que la identidad gay formaba lazos de identificación, también incurría en prácticas de exclusión y marginación de los otros. Aunque la sociedad muestra mayor aceptación a los gays, todavía persisten los términos injuriosos que buscan degradarlos a ellos y a los demás.

Considero que el libro de Rodrigo Laguarda es sugestivo por varias razones: los planteamientos que presenta respecto de la apropiación y formación de una identidad gay, la manera en la que rescata la información que le permite reconstruir esa realidad tan cercana pero a la vez tan lejana, el enfoque desde el que lo aborda y la forma tan amena en la que escribe. No me cabe la menor duda de que este trabajo puede servir para reflexionar acerca de la manera en la que se construyen otras identidades sexuales, tanto en nuestro país como en otras latitudes del mundo, pero sobre todo permite abrir una ventana para que la sociedad en su conjunto tenga una visión mucho más consciente y tolerante del otro. Es momento de que lo sexual no sea lo que identifique a una persona, sino su actuar en el mundo.