La idea de independencia y el orden divino.
El periódico La Sociedad de la ciudad de México,
1864-1867

Alejandra López Camacho
Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo

En  un  periodo de  vaivén político como fue  la segunda mitad del  siglo XIX, resulta complejo aclarar, justificar y definir las palabras e ideas, pues el léxico utilizado para discutir, hacer política, definir a un partido y escribir en un periódico cambiaba al ritmo que mudaban los grupos en el poder. En  ese sentido cabe advertir que conceptos tales como el de independencia en una publicación conservadora como el periódico La Sociedad estuvieron influidos por  la tradición católica y por ideas políticas que respondían a principios conservadores y monarquistas. Si resulta difícil entender la historia política del siglo XIX mexicano por los frecuentes cambios en los sistemas de gobierno, en las legislaciones y en los individuos que detentaban el poder, más complicado resulta analizar el léxico de los ilustrados que leían, escribían, participaban en la política, debatían y discutían en torno del porvenir de México. En ese contexto, cuestiones cotidianas como las comunicaciones escritas de un diario adquieren suma importancia para la historia de las ideas políticas.

 

Palabras claves: Independencia, orden divino, creencias, ideas, interpretación.

 

Resulta interesante y a la vez  revelador analizar la idea de independencia  a través de una publicación que favoreció el establecimiento de una monarquía en México en  1864  por  mano de  un  ejército invasor y en una época en  la cual  el país se debatía entre dos  formas de  gobierno. La independencia y su  consumación, conmemoradas el 16 de  septiembre por orden del gobierno imperial, eran un  grato recuerdo de  entusiasmo y júbilo  para los periodistas de  La  Sociedad.1 Desde la  aparición del diario asomaron en  sus páginas constantes votos por  su  aniversario. Era  una fecha memorable que entrañaba un  hecho azaroso cuando la metrópoli pareció “llamada a elevados y gloriosos destinos”.2
Acercarse a la interpretación de la idea de independencia manifestada en  el diario en  los años que van de 1864 a 1867  implica recapacitar en el tipo  de  personas que escribían en la publicación, también, reflexionar sobre los  principios conservadores y monarquistas que sostenían la publicación y, desde luego, reparar en  que la fe católica y el poder religioso no estaban desprendidos de la política mexicana.
En  cuanto a la vigencia del  monarquismo en  México durante el siglo XIX, es importante hacer un paréntesis acerca de lo ocurrido entre 1821 y la época en que circuló La Sociedad. Esto nos  permitirá explicar el monarquismo defendido por los periodistas como opción política.

 

Una antigua institución, la monarquía

Tras la independencia de  lo que hoy  llamamos México, esto es,  a principios  del siglo  XIX, los grupos políticos se encontraban divididos en dos  posibilidades o proyectos de  construcción del  Estado-nación. De una parte se hallaban los grupos que apoyaban un sistema de gobierno republicano y de otra los que apoyaban la monarquía. Es decir, en el ambiente político permanecían dos ideas o imágenes de la política a seguir: por un lado,  la de  las  modernas facciones inclinadas hacia el federalismo y el republicanismo, y por el otro aquélla de las facciones tradicionalistas legadas por la colonia, que si bien aceptaban las ideas liberales y el sistema republicano también se veían inclinadas hacia la tradición política. Veamos la naturaleza  de estas dos  posibilidades.
Edmundo O’Gorman considera que tras la  consumación de  la  independencia de  México, las  muy  diversas tendencias políticas que iban del liberalismo radical al tradicionalismo, del  republicanismo al  monarquismo, con  sus extremos y grados, existían como referencia política a dos  proyectos. Esta bifurcación de  posibilidades, aseguraba O’Gorman, partía del  decreto Constitucional para la Libertad de  la América Mexicana  sancionado en  Apatzingán el 22 de  octubre de  1814  (conocido como Constitución de Apatzingán), y del Plan  de Iguala de 1821.
La Constitución de  1814  abría las  puertas a la modernización política orientada hacia una forma de  gobierno que si  bien no  se manifestaba como  república, sí lo hacía como  Supremo Congreso Mexicano. Aunque este texto constitucional no entraría en vigor, sí delinearía la futura forma de gobierno con una división de poderes basada en tres funciones: el poder  legislativo representado por el Supremo Congreso, el poder ejecutivo encabezado por el Supremo Gobierno y el poder judicial representado por el  Supremo Tribunal de Justicia. Esto es, habría definido las  bases del programa republicano.
Ambas posibilidades políticas planteadas  por  O’Gorman claramente se distinguen en este primer periodo del siglo  XIX; sin embargo, ¿qué pasaba con  los sectores políticos partidarios de  la preservación del  antiguo régimen que se percibían distantes del liberalismo? Si bien los  absolutistas mexicanos aprobaron el régimen de  Agustín de  Iturbide, esto fue una medida para desconocer el gobierno constitucional de España y para formar un gobierno absolutista con príncipe español, aunque recurriendo a un  príncipe americano en  apariencia. De ahí  que, dice  Manuel Calvillo, es una hipótesis muy  aventurada sostener que Iturbide obró  conforme su solo juicio.3 Es decir, los realistas respondían a la posición absolutista de Fernando VII, más aún cuando decretó la nulidad de  la Constitución de 1812.  “El  real  decreto se publicó en  México, parcialmente, en  la Gaceta del 13 de agosto de 1814 e íntegro en la del día  17”.4

Para el rey  [...] el delito y culpa mayores de los diputados y liberales, y el agravio más profundo que le habían inferido, era el haberlo despojado de su soberanía. Su concepto de la soberanía no era por cierto anacrónico, al menos no tanto como la idílica restauración de las leyes fundamentales de la monarquía y las  Cortes que ofrecía convocar de acuerdo con ellas.5

Es importante señalar lo anterior en la medida que permite observar la reacción de aquellos independentistas que apoyaban un  sistema político moderno y constitucional y la de  aquellos que apoyaban la independencia,  pero con  un  punto de  vista anticonstitucional y con  miras a instalar un  régimen monárquico. Esta situación abriría brechas hacia el republicanismo y el monarquismo, el  federalismo y el  centralismo, liberales y conservadores y sus medias tintas. Esas fisuras, a su  vez,  darían paso al sostenimiento de una legitimidad afianzada en valores tradicionales, que no a la permanencia, y otra que se fortalecía con la renovación política.
Sin embargo, la jura  de  la Constitución de  Cádiz por  Fernando VII en el año de 1820 hizo que en México las tendencias antiliberales apoyaran el establecimiento del  Imperio encabezado por  Iturbide para evitar la implantación del  constitucionalismo español. Cabe señalar, utilizando palabras de Calvillo, que

los antiliberales y los independentistas coincidían en separarse del gobierno constitucional de España, incluso los diputados mexicanos a las Cortes de Madrid, confiaran o no en Iturbide y aprobaran o desaprobaran su proyecto.6

Es decir, más que plantear la posibilidad de un gobierno republicano o monárquico, la prioridad en  ese momento era  la independencia de  España y, en concreto, de un gobierno constitucional español que resultaba contrario a los proyectos políticos perseguidos por  ambos sectores para la nueva nación independiente.
El Plan de Iguala enunciado el 24 de  febrero de  1821  proclamaba en primer lugar la protección de  la religión católica, luego la independencia y, finalmente, el establecimiento de un gobierno monárquico encabezado por  Fernando VII o en  su  caso por  algún descendiente de  la dinastía. Se solicitaba un monarca ya hecho y de ascendencia real,  pero mientras esto se resolvía una Junta o Regencia mandaría a nombre de  la Nación y un ejército de  las  Tres Garantías cuidaría que se cumplieran los  artículos propuestos por  el Plan  de  Iguala. Iturbide aparecía como  primer jefe  de este ejército; sin  embargo, ¿quién encabezaría la junta que gobernaría a nombre de  la Nación?, ¿por  qué Fernando VII gobernaría estas tierras?,
¿qué tipo  de independencia resultaba de esto?
Si bien el Tratado de  Córdoba de  25 de  septiembre de 1821 sería más claro y ya mencionaría la independencia del Imperio Mexicano, nuevamente se llamaba a reinar a Fernando VII o a alguno de su dinastía; no obstante, quedaba lugar a que las  Cortes designaran a otra persona en caso de que alguno de  éstos renunciaran. El tratado sería rechazado por España y eso  aniquilaría la posibilidad de  la venida de un “monarca ya hecho”. Sin embargo eso mismo abrió las puertas a Iturbide y a la consumación de la independencia, pues en caso de que Fernando VII o alguno de la dinastía no aceptara el trono de México, “el Congreso mexicano designaría a la persona del  emperador, aunque no fuera un  individuo de casa reinante, situación que se ha querido interpretar a favor de la posible coronación de  Iturbide”.7  Una  vez  instalado el imperio aparecería de nueva cuenta la tentativa del gobierno republicano.
El imperio de Agustín de Iturbide respondía a una tradición política, aunque también a un rechazo del constitucionalismo español y a una actitud de España que forzó las circunstancias. En última instancia, el imperio implicó

el reconocimiento de la independencia mexicana por parte de la máxima autoridad española en la Nueva España y, en ese sentido, supuso un instrumento jurídico útil para apagar la resistencia de las autoridades realistas de la ciudad de México y permitir la entrega pacífica del mando a las autoridades mexicanas”.8

Pese a ello, pronto salió a relucir que el imperio de Iturbide sería considerado ilegítimo por amplios sectores de la sociedad mexicana debido a varias razones: su gobierno carecía de consenso, existía arbitrariedad en la elección, Iturbide carecía de rango real y, finalmente, el emperador no podía reducirse a la autodesignación.19
Cabe señalar, sin embargo, que el Congreso se reservó para sí la soberanía nacional, sancionaría las Bases Constitucionales del Imperio de 1822  e intentó quitar a Iturbide el poder que detentaba, lo que provocó un enfrentamiento entre poderes. De ahí que cuando Iturbide abdicó el 20 de marzo de 1823, tras multiplicarse las revueltas en su contra, el Congreso nombró un Ejecutivo provisional, el Triunvirato o Supremo Poder Ejecutivo, integrado por Pedro Celestino Negrete, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo, cuyo propósito fue negar la abdicación de Iturbide y decretar nula su coronación, “puesto que la existencia toda del  Imperio era producto de la fuerza y por tanto ilegítima”.10 Con la sanción de las Bases de 1822

se pretendió evitar la existencia de un monarca absoluto, pero el Congreso al desconocerlos dio lugar a un Congreso Absoluto. Las dificultades aumentaron al sumarse a la vida política mexicana, por ese tiempo, agentes extranjeros promotores de conspiraciones republicanas como Miguel Santa María o los diputados mexicanosque regresaron de España, como Miguel Ramos Arizpe y Mariano Michelena, quienes organizaron o ingresaron en las logias del rito escocés, principales centros de oposición a Iturbide.11

Dicha  nulidad, ligada al establecimiento de las logias del rito yorkino en las provincias del norte como medida de oposición del Imperio,12 más el decreto que declaró que la nación estaba “en absoluta libertad para constituirse como le acomode”,13 permitieron la puesta en marcha de la primera República federal encabezada por Guadalupe Victoria en el año de 1824 y cuyo célebre ejemplo eran los Estados Unidos. Las tendencias republicanas asumieron que ese sistema atendía a una característica primordial del país: la gran diversidad de intereses regionales. El federalismo ayudaría a establecer la libertad legislativa necesaria para cada territorio, además de cubrir los requisitos legales necesarios para proporcionar toda la legitimidad al gobierno. ¿En qué sentido? Fundamentalmente en el reconocimiento de un gobierno que era producto de la soberanía nacional y con el establecimiento de una Constitución que reconocía la existencia de un conjunto de poderes estatales y de un poder federal, entre otras cosas. Aunque a decir de Silvestre Villegas, el federalismo

en la realidad fue utilizado por diversos individuos interesados en fortalecer su autonomía de acción frente a las autoridades de la capital, excusándose en lo negativa que había sido la influencia cultural y política que siempre ejerció el centro del país respecto a las diversas provincias.14

Pese a ello, las tendencias tradicionalistas y monarquistas insistirían en el establecimiento de un régimen monárquico para dotar de legitimidad al sistema político. Es decir, buscaban un gobierno que respondiera a la historia, al pasado, a lo conocido y a esa tradición monárquica que había probado ser suficientemente aceptable y respetada por más de cuatrocientos años. En ese objetivo estaban fincados los intereses económicos, políticos y culturales de estas tendencias. Baste subrayar que a lo largo del siglo XIX existieron varias tentativas monárquicas.15  Ahora, ¿por qué para estas tendencias la monarquía, y no la república, proporcionaría legitimidad política en México? Principalmente porque lo republicano y en particular el federalismo invitaban a la democracia, y

“democracia” remitía a la anarquía, a los cambios violentos, a la división, a la sangre, al desorden, a la falta de autoridad y en definitiva, a la ruina y el establecimiento de un elemento confuso en la marcha del gobierno y de la sociedad.16

Los años subsecuentes hasta 1846 donde están presentes los ensayos republicanos y centrales, la elaboración de los textos constitucionales de 1836 y 1843, la pérdida de Texas y su anexión a los Estados Unidos, además de la ambición del vecino país del norte que con  pretextos de una guerra absurda pretendía aprovecharse de la debilidad del gobierno mexicano y hacerse de la Alta California, Arizona y Nuevo México, hicieron que ciertos partidarios del establecimiento de una monarquía en México, como José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y el padre Francisco Javier Miranda, entre otros, promovieran con mayor insistencia el proyecto monárquico en México como medio de establecer el orden y salvar al país del peligro que representaba su inestabilidad política.17
Ya desde 1846 el partido conservador había anunciado su ideario político en el periódico El Tiempo.18 Entonces Lucas Alamán expuso el proyecto conservador y afirmó que México requería el establecimiento de una monarquía con príncipe extranjero y de estirpe real, aunque sin intervención, como medio para frenar el expansionismo estadounidense. Plantearía además la teoría de que la república implicaba intervención extranjera y división, mientras que la monarquía constituía la unidad, el orden, la conservación de la religión católica, las tradiciones y la presencia de una aristocracia de mérito personal. Entre 1847 y 1848 el federalismo enfrentó la invasión norteamericana y la pérdida de territorio mexicano, lo que sirvió para la ofensiva monarquista por parte de los conservadores. El periódico El Universal fue la bandera de aquellos ideales.
Desde la mirada conservadora, la patria se encontraba en trance de vida o muerte, de ahí que México precisara de un régimen fuerte con  capacidad de salvarle de la tiranía estadounidense. Así, se llegó a considerar en la década de los cincuenta que el establecimiento de una dictadura salvaría al país, ¿y quién mejor para encabezarla que Antonio López de Santa Anna? Lucas Alamán (conservador) y Miguel Lerdo de Tejada (liberal) escribirían al respecto sus propuestas a Santa Anna tras ser electo presidente por el término de un año, según el Plan Arroyo Zarco del 20 de octubre de 1852.19 Alamán solicitaría el cese del federalismo, la conservación de la religión católica, el establecimiento de una nueva división territorial que borrara la forma de los estados y el fortalecimiento de escuelas de Artes y Oficios. Lerdo de Tejada, por su parte, propondría la continuación del sistema federal, la formación de un buen ejército, la instrucción para el pueblo y la corrección de los abusos del clero.20
Vemos pues que a lo largo del siglo XIX y hasta la década de los años sesenta la lucha política entre las diferentes facciones se concentraría alrededor del  establecimiento de un sistema federal y un sistema central. Sin embargo, el monarquismo mexicano no dejaría de estar presente como una corriente que constituyó una opción política, pero que, a partir de 1846, se adjudicaría a una corriente política conservadora.

 

La idea de independencia y el orden divino

Si bien los años de 1864 a 1867 representan el periodo en  el que Maximiliano de Habsburgo estuvo en México al frente del gobierno monárquico, también fue el periodo en el cual Benito Juárez deambulaba por varios estados tratando de defender y establecer el gobierno constitucional republicano. Los años anteriores al establecimiento del Segundo Imperio fueron años en los que el sistema político mexicano atravesó varios periodos de inestabilidad política, desde la promulgación de la Constitución de 1857, la serie de  polémicas en torno a  ella y que culminaron en el Plan de Tacubaya que desconoció aquella legislación, la guerra de Tres Años y el periodo en que estuvieron en el poder Benito Juárez, Félix Zuloaga y Miguel Miramón. En el transcurso de ese tiempo aparecieron los periódicos de tendencia conservadora como La Sociedad con un propósito: contribuir en la construcción de la legitimidad política de México para cortar el mal hecho por la demagogia que había aplaudido la Constitución y había arrastrado a la nación a una guerra social, según determinaron los periodistas el 27 de diciembre de 1857,  fecha de reaparición del  periódico.21
La Sociedad, cuyo subtítulo era Periódico político y literario, fue una publicación conservadora, según El Monitor Republicano, y “de ideas rancias y fanáticas” según afirmó José María Iglesias en Las revistas históricas sobre la intervención francesa.22 La Sociedad, como  los demás diarios de la época, no es una ventana a realidades objetivas; por el contrario, es un medio de acceso a la cultura del diálogo político, a las ideas, palabras y conceptos que definieron una época y una tendencia política monárquica y conservadora. Expresa las particulares realidades versátiles de los hombres que escribieron en  este órgano de difusión y enuncia las formas de concebir el porvenir, ligadas a ciertos principios de  autoridad y moralidad que funcionaron como ejes de esas realidades.
Sus impresores, José María Andrade y Felipe Escalante, fueron destacados personajes relacionados con la producción literaria y periodística de la época. A ellos se debe la impresión de algunos libros como la Obra poética de don Manuel Carpio (1860), el Diccionario Universal de Historia y de Geografía (1853-1856) coordinado por Manuel Orozco y Berra y la impresión del periódico La Cruz (1855), publicación de religión y política, entre otras cosas.
Las páginas del diario La Sociedad manifiestan una preocupación política de la época y de la prensa conservadora: conciliar la armonía entre la Iglesia y el poder temporal; entre los representantes de Dios en la tierra y los hombres que legislaban; entre lo divino y lo humano, la sociedad y los gobiernos. Si bien los editoriales manifiestan una postura conservadora y partidaria del establecimiento de un gobierno bajo el amparo de la Providencia, es importante enfatizar que durante este periodo el deseo de legitimar un sistema político y unas creencias religiosas no fue exclusivo de La Sociedad, sino que también está patente en otros periódicos conservadores de la época, como El Pájaro Verde y La Cruz.
Durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XIX la lucha política en torno a la definición de una forma de gobierno entrañó a su vez una lucha por la significación de los conceptos y términos utilizados por los diferentes partidos políticos. Los mecanismos discursivos a los que recurrían unos y otros reclamaban su esclarecimiento. Esto no solo fue importante para quienes integraban un partido político, sino también para quienes escribían y daban vida a una publicación. Sin embargo, debe tenerse claro que para los periodistas conservadores que laboraban en el periódico La Sociedad tan significativo fue aclarar los conceptos utilizados por ellos mismos como hacer ver al opuesto su error en el asunto interpretativo.

Se ha visto en Europa que si hay una prensa desmoralizada que ataca y destruye, hay otra también que defiende y repara los estragos que aquélla causa en las creencias y en las costumbres, cubriendo las brechas que abre en los fundamentos de la sociedad. En esa lucha de la verdad contra el error, de los deberes contra las pasiones, lucha tenaz y encarnizada, el triunfo completo de la primera, aunque un poco se retarde, no puede ser  dudoso.
Entre nosotros también, que nos  hemos contagiado del  espíritu de los falsos sistemas y de la corrupción de las ideas, la prensa inmoral y desorganizadora ha  ejercido últimamente el privilegio exclusivo, bajo el reinado de la demagogia, de minar las bases de la sociedad, de la moral pública y privada y de la religión. Pero  se han levantado también algunas voces al  principio tímidas y después bastante enérgicas en defensa de los intereses legítimos y permanentes de la sociedad y de aquellos eternos principios en que descansa el orden público y a cuyo abrigo fecundan y florecen la paz y la dicha de las naciones y de las familias. En este reñido combate la prensa religiosa y conservadora ha obtenido los más hermosos y nobles laureles.23

Esta cita  se traduce en lo siguiente: debido a que el discurso demagógico era ilegítimo y había ganando terreno en las interpretaciones, de acuerdo con el punto de vista conservador de La Sociedad era indispensable armar un discurso legítimo y de oposición. De esta forma su interpretación de la realidad a través de los conceptos conservadores no estaría sujeta a duda, sería la resultante de la tradición. Y sería legítima y permanente porque esa interpretación estaría adecuada a su contexto histórico y respondería a la historia, al pasado, a la salud de las ideas y al debido ordenamiento político, social y religioso. En consecuencia, la interpretación  proporcionada por sus opuestos políticos se estimaría deformada y alterada, además de estar inspirada por ideas demagógicas e inmorales.
¿Cómo fue  interpretado entonces el término de independencia en las páginas de La Sociedad?
Gran número de editoriales nos hablan de una celebración que remite a la lucha que Miguel Hidalgo y Costilla comenzó en Dolores el 16 de septiembre de 1810.  Aunque también nos hablan del glorioso aniversario de la fecha en que, la independencia había sido consumada por Agustín de Iturbide, el 27 de septiembre de 1821. La interpretación del término independencia respondía sobre todo a una necesidad de rescatar la imagen de una España protectora, aunque también a una idea de  libertad en el sentido de desprendimiento de una nación de otra. Claro  que ese desprendimiento no implicaba la enemistad con España, pues, a  juicio de La Sociedad, España era la progenitora de México. De ahí que en esa lucha por la conservación o transformación de los conceptos el término de  independencia revelara la necesidad de legitimar un hecho pasado, pero también la lucha por la legitimidad de un lenguaje político ligado a un orden divino.
En este sentido es importante reparar brevemente en dos obras publicadas en el siglo XIX cuyo objetivo era construir una historia nacional y que partían de esa dicotomía de la lucha de independencia comenzada en 1808 por Hidalgo y consumada por Iturbide en 1821. Esto nos  permitirá conocer y comparar las observaciones realizadas por  La Sociedad y la opinión que existía a principios de siglo sobre los puntos relevantes en relación con la búsqueda del origen y la independencia de México.
Para Lucas Alamán, como se ve en sus Disertaciones sobre la historia de México (1844), la llegada de Hernán Cortés y la conquista son el punto de partida de la historia nacional. En primer lugar porque la conquista representaba una guerra santa al tener la misión de instaurar la religión católica, en segundo porque Hernán Cortés se apreciaba como una figura que venerar, una especie de héroe de la conquista. Ligado a esto, en su obra denominada Historia de  México (1849), la independencia  e Iturbide resultaban los grandes acontecimientos de la historia. Se trataba del desprendimiento de México (como  hijo) de  España y no de un atentado contra ésta. Bien que para Lorenzo de Zavala, liberal republicano que defendía la república estadounidense como modelo de nación, en su Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830  (París, 1831), la historia interesante de México comenzaba a partir de 1808 con la independencia, cuando, consideraba, iniciaba el camino hacia la libertad de la opresión colonial. Zavala atacaría la visión paternalista de la conquista y de la evangelización, y al tiempo que se lanzaría contra el gobierno colonial, también diría que éste se fundaba en la ignorancia, en la religión y en el terror.24
A decir de  Edmundo O’Gorman, México habría surgido de la Nueva España y habría consistido en tres entidades históricas distintas y al mismo tiempo vinculadas: el imperio mexica, el virreinato de la Nueva España y la nación mexicana. Sin embargo, aseguraba, en la historia de las ideas políticas de México existían dos tesis paralelas y opuestas: primera, que el México actual no era sino el mismo que encontraron los españoles en 1492; segunda, que el México actual era la Nueva España que había llegado a su madurez y mayoría de edad. Aunque la actual República de México no era el imperio de Moctezuma, ni el virreinato de
la Nueva España, sino un ente distinto que habría surgido de ese virreinato y éste a su vez de aquel imperio.25
Con esto vemos que el debate en torno a la definición de un origen para México, donde también participa la idea de independencia, ha sido una discusión constante dentro de la historiografía mexicana.
Así pues, la idea de independencia, que vehicula también a la idea de libertad, remite a su vez a medios de control, autoridad y obediencia. De ahí que sea importante reparar en los beneficios que La Sociedad atribuía a un régimen de gobierno que gozara de la suficiente libertad y autoridad para hacer obedecer las leyes tanto divinas como humanas. Así, vemos que en los años que van de 1864 a 1867 la noción de  Estado independiente manifestada en La Sociedad comprendía el establecimiento de un imperio mexicano, además de una intervención extranjera. Si bien esto constituía un proyecto complicado y difícil, los periodistas también reconocían que en ello había “más de providencial que de humano”.26  A ojos de los conservadores, la Providencia desempeñaba un papel de suma importancia; los hechos históricos y los designios divinos permanecían unidos. Ellos pertenecían a una sociedad donde el mundo religioso era inseparable del mundo de la práctica humana. “Los políticos no deben olvidar en sus cálculos el orden y acción continuos de la Providencia”.27
De manera que para los periodistas de La Sociedad el mundo giraba sobre dos órdenes: el moral y el físico.28 El primero estaba sujeto a unas leyes inmutables y eternas que recaían en la tradición. El segundo, perteneciente a los hombres, estaba ligado a unas leyes que si  bien eran eternas, también respondían a periodos de agitación y prueba. De los dos órdenes derivaba el orden público, la justicia y la autoridad, y de ellos la legitimidad política de un gobierno.
La idea de independencia, en consecuencia, era asumida por los periodistas en función de un orden divino capaz de cambiar la faz de las naciones, aunque a la vez de un orden humano capaz de actuar, pero cuya razón resultaba débil para comprender los designios de la Providencia. Sin embargo, consideraban que no todos los hombres concebían los actos humanos en función de una intervención divina.

Ensordecidos los hombres al contemplar lo que consideran como obra suya, no están dispuestos a comprender y confesar que esa obra no les pertenece; y que cuando se juzgan soberbiamente autores, no son más que instrumentos humildes de una Providencia altísima.29

Esto en definitiva, decían los periodistas, hacía creer a los hombres que los acontecimientos eran resultado de sus esfuerzos.
De ahí que, desde la mirada conservadora, la idea de independencia o el hecho de asumir un desprendimiento de una nación para emprender una marcha como nueva nación debía contener en su núcleo el factor divino, que a su vez retiene la tradición como expresión de algo permanente. Pero si esa correspondencia entre divinidad y tradición, donde intervienen la religión, la unidad y la justicia, se fracturaba y no mantenía un  reconocimiento por la nación de la cual había emergido y por la fraternidad entre los habitantes, entonces la idea de independencia se volvía confusa y fracasaba.
Analizar la idea de  independencia respecto de  España a partir de los editoriales de La Sociedad requiere considerar las nociones de independencia de 1810 y 1821 del grupo conservador que integraba la publicación. Esto es necesario en la medida que permite comparar más ampliamente una idea que durante el segundo imperio mexicano se consideró en su completa y gloriosa realización.
Para empezar, la noción retenida por los periodistas sobre la revolución de 1810 representó el desorden de un movimiento que no pudo triunfar por varias razones:

la primera porque renegó del pueblo que formó nuestro pueblo; porque renegó de nuestros padres; porque renegó de la España Antigua, cuando la Antigua y la Nueva España se amaban, como se aman el alma y el  cuerpo; segunda, porque el elemento popular obraba sólo en ella y entrañaba la democracia sola: la colonia ni quería odiar a la España, ni admitir el exclusivismo de la democracia. Y tenía razón: en ello había hidalguía de sentimientos y conveniencia social: todo corazón bien puesto debe amar a su padre: todo pueblo que no respeta sus tradiciones y costumbres sucumbe, muere: las tradiciones y las costumbres de esta sociedad eran contrarias a la democracia: su organización era opuesta a la democracia.30

De manera que, aunque La Sociedad reconocía que la independencia había comenzado en 1810, también aceptaba que la revolución de Dolores había fracasado por ser obra de la democracia31 y del desorden que ésta acarreaba,

pues los plebeyos de todos los órdenes sociales fueron sus autores, sus defensores y sus apóstoles: podemos decir que la primera época de la guerra de  independencia fue esencialmente popular y democrática; perteneció al pueblo y a la idea democrática.32

Resultado de  esto era  que la revolución de  Dolores había muerto en el momento de  aparecer porque contenía el elemento popular, contrario a las tradiciones y costumbres heredadas de la colonia. En consecuencia, este grupo conservador reconocería una idea de  independencia acorde con los requerimientos de la antigua colonia.

Entra aquí la interpretación de la independencia de 1821 según Agustín de Iturbide. En La Sociedad queda manifiesto que a Iturbide se le consideraba un hombre inspirado por Dios, un hombre que había luchado por su patria y había combinado todos los intereses de  la sociedad colonial. Es evidente por tanto que la independencia de 1821 fue interpretada en su consumación porque se había realizado bajo la lógica y el orden necesarios para superar el desorden causado en 1810. Pero sobre todo, porque había sido llevada a cabo por un hombre que había aprovechado los errores de los anteriores revolucionarios y, no obstante, los había superado.

Pero se sentía la necesidad de un hombre que volviese a presentar la Independencia, y que la presentara pura y limpia, sin los nubarrones que la habían oscurecido en Dolores: de un hombre que tuviese el valor necesario para alzarse de nuevo contra un  poder, robustecido más que nunca por su reciente triunfo; que tuviese la prudencia necesaria para combinar todos los intereses, y sobre todo, el genio que es indispensable para dirigir bien los acontecimientos y para dominarlos. Ese hombre no asomaba.
Un día ¡día eterno! ¡mi corazón late con fuerza al recordarlo!, en otro pueblo oscuro, en Iguala, aparece un soldado: este soldado salía de la casa de Dios, donde había ido a orar por su patria y a ser inspirado por Dios: se puso a la cabeza de un cuerpo de tropas que combatía contra los restos de la ntigua insurgencia, contra Guerrero; habla, persuade, se apodera del corazón de esas tropas, y a su frente proclama  a la faz del mundo que sostendría con su sangre un plan salvador. Ese soldado es Iturbide: ese plan es el de Iguala.33

De esta cita se rescatan dos puntos medulares. Primero, la relación entre la independencia y el elemento “democrático” que implica pluralidad, violencia y confusión. Segundo, la relación entre independencia e imperio de Iturbide con el elemento “tradición”, que respeta la permanencia, los designios divinos, los cambios moderados y la unidad. Puede decirse que para este grupo conservador la participación de las clases sociales en la revolución de 1810 y en específico de  las clases bajas, en las que se incluye al bajo clero, la clase baja del ejército y el bajo pueblo, dio por resultado el desorden social al carecerse de la fortaleza económica de que sí disponían las clases superiores. De ahí que si bien reconocían la revolución de Dolores como el principio del desprendimiento de España, se le rechazaba por contener el elemento democrático, esto es, la clase baja de los tres órdenes: los plebeyos.34
Vemos asimismo que un  elemento medular de la noción de independencia era la religión católica y la legitimidad que ésta otorgaba a la independencia. Pese a que la revolución de Dolores había gritado “viva la América” y “viva la Virgen de Guadalupe”, también había vociferado “mueran los gachupines”. Esto hacía confusa la idea de  independencia, porque no daba cabida a los españoles europeos dentro de este reordenamiento social que empezaba a gestarse. Por tanto, la independencia de 1821 era  acertada porque había colocado en primer plano a la religión, en segundo a la independencia y en tercero a la unión de clases y razas, respetando el orden social que guardaba la colonia. Esto impedía el paso a las ideas democráticas. El Plan de Iguala, decían los periodistas, Esas tres bases encerraban todas las exigencias de la época: combinaban todas las opiniones, ligaban y adunaban todos los intereses.
La religión había tomado asiento y arraigo en nuestra sociedad desde la conquista, que fue el origen de esta sociedad: la conquista fue una obra de propaganda: los guerreros y los sacerdotes la consumaron juntos: los unos con la espada, los otros con la cruz: los soldados del orden temporal y los soldados del orden espiritual: así el ejército, y el clero que es también un ejército, figuraron en primer término en aquel drama, en  aquella obra gigante de nuestros abuelos: el orden sacerdotal y el orden militar, fueron así predominantes en la organización de esta sociedad. Iturbide al frente de sus guerreros, fue lógico con nuestras tradiciones y con nuestra costumbres, dando a la religión la principal parte en el nuevo acaecimiento en la Independencia. 35

Como  puede verse, el Plan de Iguala no refleja animadversión contra los españoles y al hacer mención de los conquistadores y del pueblo conquistado como parte de una unión legitima el poder detentado por España sobre la Nueva España, legitima el poder de la religión y legitima igualmente una sociedad que veía su origen en la conquista. Así que en opinión de los periodistas, el Plan de Iguala con sus tres garantías conjugaba los intereses de la sociedad de 1821. La religión representaba la base de esa sociedad; la unión, la exigencia que daría fuerza a la nueva nación independiente; la independencia, el desprendimiento de España que daba origen a una nueva nación: México. Para este grupo conservador, la “independencia no era el odio a España: era un acontecimiento obligado y consecuente con la historia de todas las naciones”.36
En ese sentido, si durante el Segundo Imperio mexicano La Sociedad asumía una idea de independencia de 1821 como un movimiento maduro que había gozado del orden y la prudencia necesarios para sacar adelante a una nación que deseaba un desprendimiento de España, es necesario considerar que en esa actitud estaban presentes el rechazo y el temor de las ideas liberales de 1820, además del elemento democrático de 1810. Pero en 1864 la interpretación de la independencia de 1810 y 1821 protegía de alguna forma la monarquía de Maximiliano y protegía además la independencia de México en el  marco de  una intervención francesa.
En La  Sociedad queda registrado que a Iturbide se le consideró razonable por varios motivos. Primero, porque mantenía la lógica de las tradiciones y las costumbres de  una sociedad que no acababa de desprenderse del  antiguo régimen. Segundo, hacía de México un  imperio y tomaba en  cuenta la religión de los conquistadores. Tercero, contaba con el apoyo de  la aristocracia y era protegido por  la riqueza y la propiedad territorial. Cuarto, demandaba la unidad de razas y clases, que no la igualdad social. Y, finalmente, reconocía que la sociedad mexicana había emergido a partir de un acto de conquista y de una causa divina.

 

A manera de conclusión

Si en  La Sociedad la interpretación de la independencia de 1810  y 1821 conllevaba la noción de un desprendimiento de  España, en los años que van de 1864  a 1867 esta idea equivalía a la defensa de ese mismo desprendimiento. Correspondía a la vez al sostenimiento de una nación con libertad de expresión y libertad de elección de una forma de  gobierno. Tomando en  cuenta lo anterior y que en 1864-1867 se vivía bajo el cobijo de un imperio aclamado por la voluntad nacional, en las páginas del diario se muestra que la  independencia representaba la libre voluntad de elegir un sistema de gobierno y ésta indudablemente quedaba ligada a una tradición monárquica y a una tradición católica. Y era así porque, al constituirse México nuevamente como imperio, respondía a la historia, a una antigua institución y a una tradición católica que otorgaba legitimidad política a una sociedad que no acababa de  desprenderse de  sus añejas nociones de autoridad.
El restablecimiento de  la monarquía simbolizaba la seguridad para la marcha de  una sociedad civilizada y de una nación independiente. La monarquía defendía la independencia de una nación como  México frente a la amenaza de las ideas expansionistas, liberales y protestantes de los Estados Unidos. De tal manera, el régimen monárquico representaba los principios conservadores propios de un grupo político que había luchado por el establecimiento de un gobierno protector de sus intereses.

Ajeno (el soberano) a todos los partidos, libre de las pasiones y los rencores que nos han dividido, contempla con elevado sosiego y dignidad el cuadro lastimoso que por culpa nuestra presenta el país, se apresta a aplicar el remedio, y nos invita a auxiliarle para alcanzar nuestro propio bien. ¿Quién no hará el sacrificio de sus ideas o preocupaciones, para ayudar a tan grandioso fin? ¿Quién no se encuentra realzado a sus propios ojos al verse invitado a tomar parte en la obra de la reparación de tantos errores? Y por lo mismo, ¿quién podrá rehusarse a ese llamamiento? Ningún interés legítimo tiene nada que temer: todos caben, y todos, sin  duda, serán satisfechos a su vez  bajo  la sombra y el amparo del  trono: solo  las  pasiones perversas, las  aspiraciones ilegítimas, las pretensiones criminales, rehúsan, y con razón, contribuir a la obra que ha de destruirlas. Invocan hipócritamente grandes nombres que jamás debieran atreverse a pronunciar. La Independencia no  quiere por  defensores a los que la venden: ha puesto su estandarte en manos firmes que sabrán llevarlo con  honor y defenderla de  todos sus enemigos: la Libertad vendrá con  el Imperio, y por  primera vez  la conoceremos: la Religión nada puede temer de  un  príncipe que apenas proclamado se apresura a ir él mismo a pedir para sí y para su pueblo la bendición del Vicario  de Jesucristo.37

¿En  qué radicaba entonces la unidad demandada por  los  periodistas en  los  años de  1864  a 1867  como  parte de  la interpretación de  independencia? Puede concluirse que en  el reconocimiento de  un  soberano, en la  obediencia de  unas mismas leyes que no  atacaran las  tradiciones  y costumbres, en  el reconocimiento de  un  idioma, en  la unión fraternal de las diversas razas que habitaban el país, pero sobre todo en la práctica de la religión católica. A su juicio,  “sin la unión que produce la paz  no puede haber fuerza propia, y sin  fuerza propia no  existe la  independencia”.38
Esto quiere decir que si no existía unidad en  la opinión y juicio  sobre la forma de gobierno que debía regir al país, así como  en la libertad de elección  y de expresión, la interpretación de independencia fracasaba.
Lo anterior nos remite a un  planteamiento: según la mirada conservadora de La  Sociedad, ¿había existido libertad de opinión durante los distintos regímenes republicanos para expresarse a favor  del  establecimiento de un régimen monárquico? A esto podríamos ofrecer una respuesta negativa. Esto nos  conduce a  considerar que La  Sociedad veía imposición, falta de  independencia y sobre todo, falta de  libertad de opinión  en  el transcurso de  esos gobiernos republicanos. Pues, a su  juicio, en  los momentos cuando se debía decidir la forma de gobierno, durante la  primera mitad del  siglo  XIX, los  diversos partidos que dominaban la escena política acallaban toda idea favorable a la monarquía: “quien se atrevía siquiera a proponer que la cuestión se examinase incurría en  crimen de lesa nación”.39

¿En qué radicó por tanto la interpretación de independencia que otorgaba legitimidad política a un país? ¿En  el reconocimiento de una autoridad, en la libre elección, en  la moderación de las determinaciones, en  tomar en  cuenta la religión? ¿O tan solo en el desprendimiento de España? Para los periodistas de La Sociedad, la independencia, aparte de constituir esa separación de España, representaba la conservación de la causa de Dios, el origen de  una nueva nación, la civilización, el predominio de la razón, la paz, la conservación de las tradiciones y costumbres y la existencia de  la voluntad nacional, que no la democracia. Elementos que, a los ojos  de  La Sociedad, conjugaba el Segundo Imperio mexicano y no los distintos regímenes republicanos. Así, básicamente, podemos decir que el significado de  la idea de  independencia dependió en  gran medida de la interpretación que los distintos partidos políticos quisieron atribuirle; pero además de la distinta conjunción de elementos propios de una sociedad que no se concebía desprendida de ciertas ideas políticas, tradiciones y creencias religiosas.

Es que las  sociedades aman los principios conservadores de su organización, y cuando éstos se atacan bruscamente se conmueven y enfurecen.
La libertad para existir necesita obrar con moderación y templanza, necesita de la autoridad y de la obediencia; y es más difícil tener templanza, autoridad y obediencia en la democracia que en cualquiera otra clase de gobierno.
El olvido de estos principios nos condujo a la revolución, a las facciones y a la ruina.
He aquí la verdad; la verdad que reconoce y profesa todo hombre de buen sentido, llámese liberal o conservador.40

Finalmente diremos que no hay presente sin pasado, no hay comienzo sin tradición, no hay viejos lenguajes que no hayan servido de trampolín para nuevas formas de expresar la realidad. Toda experiencia ha  pasado por la inexperiencia, toda palabra ha sido antes una ausencia. De ahí que las culturas no emergen de la nada, de ahí que las tradiciones, los hábitos y las  creencias responden a experiencias, a lo conocido, a lo acreditado y desacreditado. En consecuencia, las prácticas discursivas decimonónicas  responden a un  pasado y a un  presente, pero también a nuevas formas de discutir, de debatir, de polemizar. Y, para el caso de La Sociedad,
responden a tradiciones que sobre todo son la consecuencia de un viejo orden de  cosas, aunque a su vez de un nuevo orden de cosas que trataba de imponerse. Esa tradición y ese viejo  orden de cosas legitimaban la existencia de  una sociedad, legitimaban también la autoridad política de  unas leyes, de un gobernante, de  unas creencias religiosas, de unos hábitos y en  fin, de  la marcha hacia un porvenir con  restablecimiento de la paz y la concordia entre los mexicanos, según señalaron los periodistas en la despedida del periódico.

 

Hemerografía
Escalante, F.
“El Imperio”, La Sociedad. Periódico político y literario, sección editorial, México, t. III, núm. 359, 14 de junio  de 1864,  pp.  1-2.
— “Actualidades”, La Sociedad. Periódico político y literario Sección La
Sociedad, México, t. v, núm. 815, 15 de septiembre de 1865,  p. 2. Monterde, Sebastián
“Cumpleaños de  S. M. el Emperador”, La Sociedad. Periódico político y literario, sección editorial, México, t. III, núm. 381, México, 6 de  julio de 1864,  p. 1.
Roa Bárcena, J. M.
“Actualidades”, La Sociedad. Periódico político y literario, sección La
Sociedad, México, t. iv, núm. 1161,  16 de septiembre de 1866,  p. 2.
— “Actualidades”, La Sociedad. Periódico político y literario, sección La
Sociedad, México, t. iv, núm. 1172,  27 de septiembre de 1866,  p. 2. Vera  Sánchez, Francisco
“Segunda época de  La  Sociedad”, La  Sociedad. Periódico político y literario, México, t. i, núm. 1, 26 de diciembre de 1857,  p. 1.
— “Libertad de  prensa”, La Sociedad. Periódico político y literario, Sección  Editorial, México, t. i, núm. 43, 11 de febrero de 1858,  p. 1.

 

Bibliografía
Alamán, Lucas
“La  profesión de  los  conservadores”, en  Luis  González y González, Galería  de la Reforma, México, Secretaría de  Educación Pública, 1986, pp.125-131.
Arenal Fenochio, Jaime del
Agustín de Iturbide, México, Planeta, 2002. Calvillo, Manuel
La República Federal Mexicana. Gestación y nacimiento,  México, El
Colegio de México, 2003.
Castro, Miguel Ángel y Guadalupe Curiel (coords.)
Publicaciones periódicas mexicanas del siglo  XIX:1856-1876, (Parte i), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003.
González Navarro, Moisés
Anatomía del  poder en  México  (1848-1853), México, El  Colegio de
México, 1977. Guedea, Virginia (coord.)
El surgimiento de  la historiografía nacional, México, Universidad Nacional Autónoma de  México, Instituto de  Investigaciones Históricas,
1997 (Historiografía Mexicana, III). López Camacho, Alejandra
“Entre leyes divinas y humanas. El periódico La Sociedad, 1857-1867”, tesis de  Maestría en  Historia, Puebla, Instituto de  Ciencias Sociales y Humanidades/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2006.
O’Gorman, Edmundo
La supervivencia política novohispana. Reflexiones sobre el monarquismo mexicano, México, Fundación Cultural condumex, Centro de Estudios de Historia de México, 1969.
Sánchez Mora,  José Luis
“Maximiliano y la prensa conservadora. El diario La Sociedad. Crónica periodística de  una desilución: junio  de  1864-mayo de  1865”, México, Universidad Nacional Autónoma de  México, tesis de  licenciatura,
1985.
Vázquez, Josefina Zoraida
“Los  primeros tropiezos”, en  Daniel Cosío  Villegas (ed.),  Historia general  de México, t. 2, México, el Colegio de México, 1996.
Villegas Revueltas, Silvestre
El  liberalismo moderado,  1852-1864, México, Universidad  Nacional
Autónoma de México, 1997.

 

Notas:

1 “El gobierno imperial ha reunido en la fiesta nacional del 16 la conmemoración así del grito de Dolores como  de la consumación de la independencia”. Roa Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
2 Escalante, “Actualidades”, p. 2.
3 Calvillo, La República Federal Mexicana, p. 36.
4 Calvillo, La República Federal Mexicana, p. 53.
5 Calvillo, La República Federal Mexicana, p. 55.
6 Calvillo, La República Federal Mexicana, p. 82.
7 Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, p. 66.
8 Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, p. 67.
9 A decir de  O’Gorman, el imperio de  Iturbide tuvo un  grave problema: la carencia del prestigio personal que requiere un  rey  y sobre todo la legitimidad dinástica que es el natural fundamento de  esa investidura. O’Gorman, La supervivencia política novohispana, pp.15-17.
10 Vázquez, “Los primeros tropiezos”, pp. 747-748.
11 Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, p. 93.
12 En  relación con  la logia  yorkina, Arenal Fenochio sostiene que el gobierno de  los Estados Unidos, “atemorizado por  las dimensiones geográficas del  naciente imperio, las cuales le cerraban el control del  Caribe, del  golfo  y su expansión hacia la costa del Pacífico, vio al nuevo país sin el apoyo de  la corona española y continuó su presión para apropiarse de  más territorio. Primero mandó grupos de  gente para instalarse en las despobladas provincias del  norte; en  segundo lugar, por  medio del  agente y espía Joel R. Poinsett, quien al fracasar en su intento de obtener territorio a costa de México, apoyara la instalación de un gobierno republicano en lugar de la monarquía por medio del  establecimiento de  logias del  rito yorkino”. Arenal Fenochio, Agustín de  Iturbide, pp. 93-94.
13 O’Gorman. La supervivencia política novohispana, p. 20.
14 Villegas Revueltas, El liberalismo moderado, p. 11.
15 Los intentos monárquicos anteriores a 1864-1867, periodo en  el que se establece la monarquía de Maximiliano en México, fueron los siguientes:
1821, con el Imperio de Iturbide y el Plan  de Iguala.
1840, con príncipe extranjero y sin intervención armada, propuesta hecha por José María Gutiérrez de Estrada en una carta de dirigida al presidente Anastasio Bustamante el 25 de agosto y publicada el 28 de septiembre.
1846,  cuando Mariano Paredes y Arrillaga asume la presidencia de México, la tendencia tradicionalista planteó la implantación de una monarquía con príncipe extranjero sin intervención armada. Lucas Alamán organiza entonces una campaña periodística en El Tiempo el 12 de febrero, para favorecer tal régimen.
1853, cuando se intenta proclamar un imperio con príncipe mexicano, con intervención no armada y con Santa Anna a la cabeza.
O’Gorman, La supervivencia política novohispana, pp. 15-46.
16 Sobre este tema, ver López Camacho, Entre leyes divinas y humanas, p. 173.
17 La nueva división territorial de México quedó establecida en el Tratado de Guadalupe, firmado entre México y los Estados Unidos el 2 de  febrero de  1848.  En Vázquez, “Los primeros tropiezos”, p. 818.
18 Alamán, “La profesión de los conservadores”, pp.129-130.
19 Vázquez, “Los primeros tropiezos”, p. 810.
20 González Navarro, Anatomía del poder, pp. 362-373.
21 Vera  Sánchez, “Segunda época de La Sociedad”, p. 1.
22 El periódico La Sociedad apareció por primera vez el 1º de diciembre de 1855,  tres meses después de terminar la Revolución de Ayutla y luego de la promulgación de la Ley Juárez del  23 de  noviembre de  1855.  En su primera etapa desapareció el 8 de  agosto de 1856 y reapareció el 26 de diciembre de 1857; del 17 al 21 de enero de 1858 Ignacio Comonfort volvió a prohibir su aparición. Durante la guerra de Tres Años nuevamente cesó sus trabajos el 24 de diciembre de 1860,  por la entrada de las tropas liberales a la ciudad de México, y reinició labores el 10 de junio  de 1863, al arribo del ejército francés. Del 12 al 20 de  junio  de  1863  nuevamente se suspendió, para después reaparecer y continuar hasta el 13 de  julio de  1866,  cuando avisó que dejaría de  publicarse por  un mes. El 14 de julio de 1866 nuevamente cesó sus trabajos, y los reinició el día 31 y hasta el 31 de marzo de 1867. En La Sociedad participaron, además de los trabajadores cuyos nombres no aparecen o sólo se mencionan esporádicamente como  corresponsales, los editores Félix Ruiz, Francisco Vera Sánchez, Felipe Escalante y José María Roa Bárcena y los impresores José María Andrade, Felipe Escalante y Miguel María Barroeta. Publicó textos de José María Esteva, Juan Nepomuceno Almonte, Manuel Orozco y Berra y del  propio emperador Maximiliano i, entre otros. Ver Sánchez Mora,  Maximiliano y la prensa conservadora; Castro y Curiel, Publicaciones periódicas mexicanas del siglo XIX, pp. 554-556.
23 Vera  Sánchez, “Libertad de prensa”, p. 1.
24 Guedea, El surgimiento de la historiografía.
25 O’Gorman, La supervivencia política novohispana, pp. 7-9.
26 Monterde, “Cumpleaños de S. M. el Emperador”, p. 1.
27 Monterde, “Cumpleaños de S. M. el Emperador”, p. 1.
28 Escalante, “El Imperio”, pp. 1-2.
29 Escalante, “El Imperio”, pp. 1-2.
30 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
31 La democracia, para el grupo que integraba La Sociedad, representaba la anarquía, el desorden, el predominio del pueblo o de las clases bajas sobre el resto de la sociedad.
32 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
33 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
34 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
35 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
36 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.
37 Escalante, “El Imperio”, pp. 1-2.
38 Escalante, “Actualidades”, p. 2.
39 Escalante, “El Imperio”, pp. 1-2.
40 Discurso cívico  de  José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por  Roa  Bárcena, “Actualidades”, p. 2.